A estas alturas del año han aparecido varios aspirantes, ya sea de partido o independientes, a la Presidencia de la República. Ha leído uno sus declaraciones o las ha escuchado lo mismo en la radio que en la televisión. No importa su número, el hecho es que son varios con distintas ocupaciones o profesiones, incluidas por supuesto las mujeres. Y la pregunta obligada es por qué aspiran a ello, qué ofrecen. Me parece al respecto que lo primero que han debido hacer es un autoanálisis, una seria indagación en su consciente y hasta si es posible en su subconsciente sobre la causa o razón de lo que pretenden.
Si uno quiere ser por ejemplo abogado, o médico, o ingeniero, es lógico que se pregunte por qué. Es decir, la respuesta implica la presencia de una clara vocación motivada por diversas causas, sobresaliendo en la mayoría de los casos la seguridad en uno mismo, la convicción de que se es capaz y de que se tienen los méritos suficientes. Pero… ser Presidente de la República es otra cosa, salvo la excepción de que se esté convencido de que las circunstancias hacen al hombre y lo obligan a sacar lo mejor de sí mismo, que es algo de muy compleja consistencia
lógica.
No obstante, vuelvo al punto que me interesa. ¿Por qué se aspira a algo tan importante desde el punto de vista político, social e histórico? ¿El aspirante se ha dado cuenta cabal de que tiene con qué darle al país, a la nación, lo que necesita, y más hoy, mucho más hoy? ¿Y qué es lo que debe tener? Muchos dicen que no, que nunca jamás, los guía el interés personal de poder por el poder, de dinero y medios para hacerlo. Solo buscan servir, dar, entregarse a la nación… ¿Qué es lo que debe tener un aspirante, y obviamente estar consciente de ello? Una gran inteligencia y cultura (porque va a dirigir), preparación política en el más elevado sentido de la palabra y proyectos sólidos. Proyectos viables, realizables. Deber tener también una evidente consciencia de que él o ella son la persona indicada. ¿La persona indicada en el mar proceloso de la política real y de los intereses en juego? Sí, y la persona indicada para enfrentar esos enormes riesgos, esas abrumadoras contingencias. Sí, tener una nítida consciencia de lo que se es. El hombre -o mujer- oportuno y de la oportunidad, diría Disraeli. Creerse, en suma, un individuo excepcional. ¿Se lo creerán los aspirantes? En caso afirmativo los debe distinguir una gran modestia, como si fueran depositarios de
un don.
¿Será así? Ha sido tanta la corrupción que hemos padecido, a tales extremos ha llegado el latrocinio, el descaro, la avaricia, que la vocación del servicio público ronda de un lado al otro igual que un fantasma extraviado. Y a semejantes extremos ha llegado la incredulidad y desilusión del pueblo. ¿Se creerá cualquier aspirante tan excepcional? ¿Lo será de verdad? Dos cosas son fundamentales para que se les empiece a creer. Primera, una honestidad probada a carta cabal. ¡Pruebas, pruebas contundentes de ello! Hay instrumentos legales para hacerlo, hay medios. Y segunda cosa, programa, proyecto. No promesas sino evidencias de
viabilidad.
El “yo quiero ser Presidente” no es suficiente. Saltar a la palestra puede implicar muchas cosas. El país reclama con urgencia hombres de excepción calificada por el pueblo. Que fulano o fulana ha ocupado tales cargos públicos y tiene le experiencia. ¿Experiencia en qué? Manejar los asuntos públicos sólo prueba, en principio, habilidad. México no requiere que se lo administre sino que se lo gobierne, que se lo saque de la violencia, de la corrupción, del desempleo, de la enorme desigualdad económica, de la injusticia.
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