Grupo Milenio
Su aprobación está por los suelos. Mejoró un poquito en las últimas mediciones, pero no hay Presidente de México, en la época de las encuestas, que haya tenido más desaprobación que Enrique Peña Nieto: 73% estaba en desacuerdo con su gobierno en agosto pasado (76% en mayo). Solo 22% lo aprobaba (19% en mayo), de acuerdo con Consulta Mitofsky.
Me parece que el Presidente ya está resignado a concluir su sexenio como el usuario de Los Pinos más impopular en tiempos recientes. Aunque se anuncie y anuncie en medios, creo que en el fondo ya asimiló el asunto. Hace bien. No hay manera de que, en el mediano plazo, revierta el "mal humor social", como llama al rechazo hacia la marca #PeñaNieto.
Para comprobar (¿hace falta?) que esa batalla está perdida, basta recordar lo que sucedía a sus predecesores, justamente a la misma altura de sus sexenios:
1. Agosto de 1993, Carlos Salinas de Gortari: 86% de aprobación, 10% de desaprobación. Sí, ocho de cada diez mexicanos aprobaban al villano favorito a esas alturas de su mandato, mientras que hoy solo dos de cada diez avalan al priista mexiquense.
2. Julio de 1999, Ernesto Zedillo: 71% de aprobación, contra 24% de rechazo. Siete de cada diez le habían perdonado que sumiera al país en una de sus peores crisis económicas.
3. Agosto de 2005, Vicente Fox: 59% de aprobación, 38% de rechazo. Casi seis de cada diez lo aprobaban, a pesar de que su gobierno quedó en una alternancia sin transición.
Y 4. Agosto de 2011, Felipe Calderón: 50% de aprobación, 48% de rechazo. La mitad de los mexicanos aprobaban al presidente de la guerra, a pesar del regadero de sangre ocasionado por narcos peleando con narcos y por tropas combatiendo criminales.
Perdido su sexenio en cuanto a la valoración ciudadana, el Presidente sabe que ya pronto, en unas cuantas semanas, antes de que termine el año, tendrá que tomar la decisión más importante de su gobierno: probablemente sea un día de noviembre cuando se arrellane en un sillón de Los Pinos, cierre los ojos en profunda introspección, los abra minutos después, observe por un instante el índice de su mano derecha, sonría ampliamente al paladear el tremendo poder de su dedo, se carcajee fugazmente debido a la adrenalina que le provoca el momento, coja su teléfono móvil, vaya a sus contactos, halle el apellido que busca (Meade, por el momento), y marque el teléfono de su tapado favorito:
-José Antonio, ¿vienes por favor? Aquí te espero, en Los Pinos…
Si su candidato gana la elección, el fracaso popular de su sexenio podría difuminarse. Si el 1 de diciembre de2018 llega a entregar la banda presidencial a su destapado, habrá prevalecido por encima de la casa blanca y de todas las pifias que cometió. Por eso titulé esta columna así como la cabecee: no aludo a su último respiro estentóreo antes de que muera políticamente, sino a que su dedazo es su última esperanza de redención política.
A ver cómo le va, porque al día de hoy, si uno hace caso a las encuestas electorales, parece que les irá muy mal a él, a su PRI, y a su ungido. Veremos…
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