miércoles, 20 de septiembre de 2017

Crónica. Una ciudad de voluntarios




Cristopher Rogel Blanquet

Gerardo Martínez

Doce horas después del sismo que golpeó a la Ciudad de México, Puebla y Morelos, los capitalinos aún buscan a sus heridos y, en silencio, lloran a sus muertos. Los apagones han convertido a varias colonias emblemáticas de la ciudad en territorios tomados por la oscuridad y la incertidumbre, la generosidad y la solidaridad: así pasa en las colonias Narvarte, Del Valle, Roma, Condesa, y más al sur, en Coapa.

Son las doce de la noche en la esquina de Emiliano Zapata y Petén. Cuatro enormes grúas retiran los escombros del edificio de siete pisos que se encontraba en esta esquina. Sus habitantes habían evacuado como el resto del vecindario, aunque regresaron minutos después. El resto, lo sabemos. Se sabe que son cerca de veinte personas y que algunas de ellas ya se comunican desde debajo de esas ruinas con sus teléfonos celulares. Algunos ya han sido detectados por binomios caninos.

A esta hora, los trabajos son coordinados por la Secretaría de la Defensa Nacional, con apoyo de la Marina y Protección Civil. Saben que hay cerca de 20 personas atrapadas. Cuadras a la redonda, camiones de volteo esperan su turno para retirar los escombros, paramédicos de la Cruz Roja y el ERUM hacen guardia en sus ambulancias.

Cientos de voluntarios, ante la improvisación son replegados por personal de Protección Civil hasta que surgen esos liderazgos pasajeros, muchos de ellos participantes de las brigadas de rescate de 1985, que saben qué hacer en esos casos. Uno de ellos convoca a unos 30 jóvenes, casi todos veinteañeros, a treparse a un camión de volteo, acarrear botes vacíos de pintura e impermeabilizante, para acarrear el cascajo que se retira por la parte trasera del edificio, sobre la calle Uxmal.

A bordo del camión, se ve la llegada de otros voluntarios. Aquí cualquier casco es útil para remover los escombros: el de ciclista, el de la motocicleta, el de beisbol, el de Daft Punk o una gorra con la visera chueca. Entonces, desde arriba de los escombros, el punto cero del rescate, un soldado alza los brazos y cierra ambos puños: silencio. Todos callan, la maquinaria no: las plantas de electricidad y las grúas que removerán cada una de las lozas, encimadas, una sobre otra, como un fuelle sin resortes, siguen su trabajo. Cuando los brigadistas del camión de volteo llegan a la calle de Uxmal y saltan a la calle para sumarse a las labores, ya cientos de voluntarios han formado dos filas. Muchos esperan su turno de la mejor manera: algunos comiendo una torta, las galletas, cacahuates, durmiendo una siesta envueltos en lonas o, a pesar de la amenaza de una fuga de gas: ¡fumando!

Ya por la noche, si los reportes oficiales son las cifras frías que despojan a las víctimas de un nombre y una historia, en las redes sociales, las ofertas a compartir el techo a amigos atorados en algún punto distante de sus hogares, son la mejor evidencia de la solidaridad entre chilangos, quienes también se niegan a creer que ésta es una maldición cíclica, el segundo 19 de septiembre que nos toca recogerla con pala y trascabo. Ésta no es una ciudad en cascajo, aunque se nos quiera caer a pedazos, entre socavones e inundaciones.

Pero no todo es coordinación. Cerca de la medianoche, cientos de rescatistas entusiastas han llegado a la esquina de Popocatépetl y División del Norte para enterarse de que se trataba de una falsa alarma: ni edificio colapsado, ni personas atrapadas. Mientras alguien juega esta bromita, en Ciudad Jardín se necesita ayuda, que va llegando de a poco.

Más al sur, Coapa, la eterna wannabe capitalina, también ha sido golpeada por el sismo. Sobre Calzada Miramontes se han reportado varios edificios dañados. En Cuemanco, un tramo del distribuidor vial que une Xochimilco con el Eje 3 Cafetales, ha caído.

Doloroso para los coapenses es enterarse de la caída de una escuela: Colegio Enrique Rébsamen, sobre Calzada de Las Brujas. Ahí está todo Coapa: desde locatarios del Bazar Pericoapa hasta arquitectos que se ofrecen a coordinar los trabajos de apuntalamiento de esta escuela, que se vino a abajo con varios alumnos y maestros en sus aulas. Desde el paradero de Huipulco, el embotellamiento ha creado procesiones de ex pasajeros que han decidido bajarse del microbús y hacer a pie los tramos restantes hasta sus casas. Los microbuseros, ajenos a su costumbre, ceden el paso a las ambulancias y a los motociclistas que llevan víveres y material de curación. Cerca de las once de la noche, el presidente Enrique Peña Nieto, vista esta zona de la delegación Tlalpan. Los padres de los niños fallecidos salen abrazados por personal de Ejército y la Marina.

Esta noche, la ciudad es una procesión con pico y pala en el Parque de los Venados, sobre avenida Monterrey, en Calzada de Tlalpan o en la Condesa; es un grupo de albañiles de obra que se acerca a ofrecer su ayuda; son los chopers con estoperoles que llevan cobijas y un tentempié a los voluntarios, es una voluntaria espolvoreada de cascajo

Hoy amanecimos adoloridos, pero sabemos buscar en los escombros.

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