Ricardo Rocha
Hasta ahora, y a cómo van las cosas, así va a ser. Y dos de ellos ya están decididos y encarrilados. El primero, la poderosísima máquina tricolor de un gobierno que empleará toda su fuerza en despedazar a los otros y seguir en solitario en la locomotora del poder que le garantice una nueva estación de seis largos años. El PRI gobierno que prometerá una vez más el gatopardismo: que todo cambie para que todo siga igual. Enfrentando, sin embargo, el dilema de optar por cualquiera de dos vías: la de la elección de su mejor hombre, dentro o fuera del otrora partidazo o la ya muy transitada vía de la soberbia, sobre todo después del Estado de México; en ella, decidiría no por el mejor sino por el más cercano a los afectos y conveniencias presidenciales. Confiado en ganar con poquito más de un tercio de los votos, pero con riesgos de descarrilarse por cualquier contingencia.
El segundo tren es mucho más pequeño, pero está nuevecito y ha hecho recorridos francamente espectaculares en muy poco tiempo. Lo notable es que tiene un maquinista muy experimentado que ha sido de todo: fogonero, guardavía y jefe de patio. Quien además cree que puede llegar solo: por eso ha desechado vagones de carga y de pasajeros incómodos que, considera, le pueden restar impulso; incluso ha rechazado una locomotora que empujando desde el caboose le garantizaría llegar antes que los otros. Ha dicho que no. Porque según sus cálculos, le alcanza.
El tercer tren todavía no existe, lo están armando apenas. Se trata de juntar en la punta dos locomotoras de mediana potencia para que jalen todo lo que se pueda. Siempre y cuando sus constructores —que son muchos y diversos— se pongan de acuerdo sobre la marcha porque el tiempo apremia y ya se hace tarde. También ellos piensan que pueden ganar la carrera, por supuesto.
Lo notable es que los tripulantes de los tres trenes creen que, en caso de coincidir en un cruce, resistirán la brutalidad del impacto que destrozará a los otros para llegar uno solo a la recta final. Que es, sin embargo, una estación más. Porque no hay ninguna terminal en su horizonte; porque no se han propuesto un horizonte.
Así las cosas en una carrera en la que se trata de ganar a como dé lugar. Con partidos políticos que se han olvidado no sólo de sus ideologías sino hasta de sus ideales de origen. Convertidos en gigantescas maquinarias —que por cierto pagamos todos— derivando en agencias de colocaciones para destinar a sus miembros más habilidosos en los cargos de gobierno y de representación popular más apetitosos en poder y dineros. Ahí lo que privan son los cuentos y las cuentas. Las connivencias y las conveniencias.
Por eso, los mexicanos no tenemos hasta ahora propuestas concretas sobre asuntos torales como: abatimiento de la pobreza; distensión de la desigualdad; fortalecimiento del mercado interno; desarrollo regional y nacional; crecimiento económico; políticas fiscales redistributivas; una estrategia agroalimentaria integral; un programa de salud que considere la diabetes y el sobrepeso como asunto de Estado; la despenalización del consumo de drogas y la disminución de los índices de violencia, inseguridad, corrupción e impunidad, entre otros grandes desafíos.
Nada de eso. Se trata de ganar. La terminal-destino del país, no les importa.
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