martes, 30 de octubre de 2018

Templo Mayor (Columna).



EL EMPRESARIO Alfonso Romo fue el gran perdedor en el equipo de Andrés Manuel López Obrador con la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México. Y es que tanto en la campaña como en la transición, fue el enlace con la iniciativa privada y, sobre todo, la voz que daba tranquilidad a los inversionistas en medio de la estridencia de otros colaboradores del tabasqueño.

PARA NADIE es secreto que al interior del grupo compacto del Presidente electo existe una guerra entre moderados y radicales, que tuvo su momento más intenso cuando Paco Ignacio Taibo II descalificó públicamente a Romo.

EL NOMBRAMIENTO del regiomontano como futuro jefe de la Oficina de la Presidencia, parecía indicar que AMLO favorecía su visión moderada. Inclusive, el propio Romo aseguró el 3 de octubre, en el foro de Grupo Financiero Santander, que la dizque consulta no iba a dar marcha atrás al NAIM.

PERO el Presidente electo sí dio ayer marcha atrás a la opción en Texcoco y a su lado estuvo un Romo serio y callado, muy callado.


NO SE lo digan a nadie, pero en exclusivo club de la inteligencia nacional existe mucha preocupación por la posible llegada de Joel Ortega a lo que será el nuevo Cisen. Y no sólo por el negro historial del ex perredista, sino por quien dicen que está detrás de él.

SEGÚN lo que se sabe -y vaya que se sabe mucho- en los pasillos del Centro de Investigación y Seguridad Nacional, con Ortega estaría operando desde las sombras el mismísimo Genaro García Luna, que tan mala fama le dio a las corporaciones policiacas durante los gobiernos panistas.

PARA QUIEN no lo recuerde, García Luna fue tanto director de la AFI como secretario de Seguridad Pública y a él se le deben escándalos tan sonados como el caso Florence Cassez, que propició un conflicto diplomático con Francia y exhibió la manipulación de la justicia mexicana.

¿A POCO en serio la Cuarta Transformación de la República incluye agua bendita para lavarle la cara a García Luna? Es pregunta secreta.


QUIENES saben de cuestiones diplomáticas dicen que invitar a Nicolás Maduro a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador no es por gusto sino por simple protocolo, dado que México y Venezuela mantienen relaciones.

LO QUE sí dependerá del próximo Presidente es decidir qué clase de recibimiento le dará al impugnadísimo mandatario venezolano: ¿lo recibirá el propio tabasqueño o mandará a un funcionario menor a darle la bienvenida? En ambos casos, el mensaje es claro y contundente. A ver qué decide AMLO... ¿o también lo va a someter a consulta?

Reforma

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