lunes, 26 de junio de 2017

Cuando la gente desconfía de sus instituciones


El discurso antisistémico y demagógico es venderles la idea de que, si llega al poder cierto candidato, cambiará todo. Que, de pronto, casi como por arte de magia, habrá una transformación profunda en las instituciones más relevantes del país: el Ejército, la Marina, las autoridades electorales, los jueces, senadores, diputados, el Presidente, los partidos, los gobernadores, los alcaldes, las policías, los partidos, los centros educativos, las iglesias, los medios, los empresarios, los sindicatos y todo lo demás.

Los políticos de todos los partidos están preocupados por el proceso electoral de 2018. Es lógico: lo que más les interesa es ganar la mayor cantidad de puestos de elección popular. Concentrados en eso, desgraciadamente están desatendiendo un problema: la creciente desconfianza en las instituciones.

La gente cada vez cree menos en las instituciones públicas. Las que generan más confianza son las Fuerzas Armadas, pero con una tendencia a la baja. Todavía con calificación aprobatoria se encuentran la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y el Instituto Nacional Electoral, pero ambas, también, con cada vez menos apoyo. Les sigue, en orden descendente, pero con ya con calificación reprobatoria, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Cámara de Senadores, la Presidencia de la República, las policías, la Cámara de Diputados y al final de la lista los partidos políticos. Esto de acuerdo al Ranking de Confianza en Instituciones de Consulta-Mitofsky publicado a finales de 2016.

Pero, ojo, la desconfianza también permea las instituciones privadas. A las que mejor les va son a las universidades seguidas por la Iglesia y, todavía con calificación aprobatoria, las estaciones de radio, los medios de comunicación, los empresarios y los bancos. Reprobadas se encuentran las cadenas de televisión y los sindicatos.

En estos mismos resultados que presentó Consulta Mitofsky aparece un dato preocupante: el 30% de mexicanos reprueba todas y cada una de las 17 instituciones que se midieron en la encuesta, sean públicas o privadas. ¡Casi un tercio de los mexicanos desconfía de…todo!

Roy Campos, director de Consulta-Mitofsky, interpreta esto como el porcentaje de la población que estaría dispuesto a escuchar un discurso antisistémico. Su lógica es convincente: alguien que desconfía de todas las instituciones nacionales claramente está que mienta madres por lo que sucede en el país y, por tanto, se inclinaría por un cambio total del llamado establishment.

Antes los considerábamos como “revolucionarios”, es decir, los que querían cambiar el orden social, que pretendían un cambio profundo, radical, en todas las instituciones del país. Pero, por fortuna, las épocas de estos fervores han pasado. A estas alturas de la historia, las sociedades entienden que, como decía Jean-François Revel, las revoluciones sólo sirven para concentrar el poder o para nada. Así que, salvo algunos anacrónicos que siguen suspirando por replicar el modelo de los barbones de la Sierra Maestra (que vaya que concentraron el poder), ya son pocos los que verdaderamente quieren y luchan por una revolución.

Y, entonces, ¿qué le podemos ofrecer al tercio de la población que desconfía de todas las instituciones públicas y privadas del país?

El discurso antisistémico y demagógico es venderles la idea de que, si llega al poder cierto candidato, cambiará todo. Que, de pronto, casi como por arte de magia, habrá una transformación profunda en las instituciones más relevantes del país: el Ejército, la Marina, las autoridades electorales, los jueces, senadores, diputados, el Presidente, los partidos, los gobernadores, los alcaldes, las policías, los partidos, los centros educativos, las iglesias, los medios, los empresarios, los sindicatos y todo lo demás. Un Disneylandia institucional. Pero este discurso, aunque puede ser popular, es falso por facilón.

Es hora de fortalecer las instituciones a los ojos de la ciudadanía. La tarea no es sólo de una persona sino del entramado institucional completo. Cada una de las instituciones tiene que trabajar todos los días para procurar una mayor confianza ciudadana. ¿Cómo? Me temo que la respuesta es de sentido común: ofreciendo mejores resultados. Por ejemplo, los soldados y marinos tienen que respetar los derechos humanos cuando estén involucrados en labores de policía (ojalá algún día dejen de hacerlo y regresen a sus cuarteles). Los medios debemos ofrecer información de más sustancia y debates plurales. Los bancos, mejorar sus servicios. Los sindicatos, defender los intereses de sus agremiados. En fin, como dije, son cosas de sentido común. Lo importante es resaltar que no podemos seguir soslayando la creciente desconfianza ciudadana en sus instituciones. Algo hay que hacer para fortalecerlas. Porque, de lo contrario, esto puede terminar muy mal.

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