lunes, 11 de septiembre de 2017

Anaya, el monstruo que Videgaray creó.


Juan Bustillos 

‘El Joven Maravilla’ puso en jaque al PRI, al Gobierno federal y al Congreso en la primera semana de septiembre.



De Luis Videgaray se ha dicho todo, en especial que de la campaña presidencial de 2012 al día de hoy es el personaje más importante del equipo de Enrique Peña Nieto; el que piensa y actúa.

Más aún ahora que ofrece la impresión de haberle tomado la medida al gobierno de Donald Trump y que encabeza una política internacional impensable una década atrás, como es el caso de la intervención mexicana en asuntos venezolanos y norcoreanos.

Es verdad irrefutable que el hombre de Peña Nieto es Luis Videgaray; por su inteligencia incomparable y por su capacidad de prever el futuro, demostrada al acertar, con anticipación, que Trump ganaría las elecciones en Estados Unidos, así como por la exhibición de su lealtad al Presidente, que lo llevó a renunciar a su poderoso sitial de secretario de Hacienda cuando la opinión pública y publicada reclamó, airadamente, la invitación al candidato republicano a visitar Los Pinos.


Esta capacidad visionaria lo llevó a darse por muerto en la sucesión de 2018, convencido de que el electorado lo rechazaría por el escándalo desatado por la invitación a Trump a Los Pinos, más que por la Reforma Fiscal y los “gasolinazos”, que, como se ha dicho, impopulares y todo sostienen a la economía nacional muy por encima del ingreso petrolero.

De no haber tropezado con estos factores, las cualidades, méritos e influencia irresistible de Videgaray sobre Peña Nieto bastarían para que, por descontado, fuera el candidato, insuperable, del PRI a la Presidencia de la República; vaya, ni siquiera Enrique Ochoa Reza habría requerido abrir la puerta al “simpatizante” José Antonio Meade porque el secretario de Relaciones Exteriores cumple los requisitos priístas anteriores de militancia, pues fue diputado federal y coordinador de la campaña estatal de Eruviel Ávila y de la nacional de Peña Nieto.

Videgaray se descartó para la sucesión de 2018, pero no dijo que no la jugaría o que se quedaría inmóvil, ni que, como economista que es, no planearía lo suyo para un futuro mediato, el 2024. O que para asegurar su arribo a la siguiente sucesión requiere influir, de manera decisiva, en la actual, como lo está haciendo.

En realidad no se sabía que el secretario de Relaciones Exteriores jugara carambola de tres bandas y que es experto en “mase”, fantasía, política.

Ahora se da por descontado que el candidato de Videgaray para 2018 es su sucesor en Hacienda, José Antonio Meade, pero durante los años anteriores prevaleció la premisa de que también lo era el secretario de Educación, Aurelio Nuño, quien, por cierto, fue el único miembro del gabinete que viajó a China con el Presidente y el secretario de Relaciones Exteriores.

Los especuladores aseguran que en el avión sobró tiempo para que ambos hablaran del futuro al oído del Presidente.

Nuño, lejos de Videgaray.

Durante los cinco años del sexenio nos acompañó la engañosa leyenda urbana de la dependencia de Nuño ante Videgaray, sin embargo, quienes conocen los laberintos de la corte aseguran que sólo se trata de eso, de una leyenda que el entonces jefe de la Oficina de la Presidencia y ahora secretario de Educación dejó correr por conveniencia propia y para evitar enfrentamientos abiertos con el secretario de Hacienda.

Digamos que consideraba suficiente que los observadores estuvieran atentos al pleito inocultable entre dos de los tres personajes más prominentes del gobierno, Luis y el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, y que por eso dejó a la prensa aliada al secretario de Hacienda, que lo ofreciera a los consumidores como un apéndice suyo.

Lo cierto es que en la corte peñista funcionó, durante una larga temporada, lo que aquí llamamos “Triada”, caracterizada por estar en perpetuo enfrentamiento tripartita, pero unida en contra del resto del equipo, incluido el PRI y quien fuera su dirigente nacional del momento, se tratara de César Camacho o Manlio Fabio Beltrones, pero Aurelio estaba lejos de ser apéndice de Videgaray.

El reciente viaje de México a China no debió resultar más placentero a Nuño que el de Londres en 2015, cuando la amenaza de despresurización de la nave hizo que el vuelo de regreso se prolongara seis horas más de las programadas.

En aquella gira, el entonces jefe de la Oficina de la Presidencia tenía bien cuadrado el caso del gobernador de Sonora, Guillermo Padrés, hoy en prisión. Encarcelarlo entonces habría constituido no sólo un golpe mediático que habría redituado dividendos a la imagen del Presidente Peña Nieto y habría modificado la relación del PAN con el gobierno, pero en todas las ocasiones que Nuño lo planteó al mandatario se atravesó el secretario de Hacienda, que, en términos reales, nada tenía que ver en el tema, pero que ya desde entonces se manejaba como el consejero bucólico del mandatario con mayor poder.

No conviene, aconsejaba, y ¿cómo convencer al Presidente de lo contrario aunque no ofreciera argumentos?

Fue así como la tardía aprehensión del ex gobernador de Sonora no redituó beneficio alguno al PRI, sino al contrario, porque en una artimaña jurídica condenable, la PGR cometió el error de meter en la cárcel también a su hijo sólo para nueve meses después liberarlo carente de elementos para proceder en su contra.

Con episodios como ese, que ocurrían constantemente, Nuño difícilmente podía ser apéndice del secretario de Hacienda o constituir su “Plan B” para el 2018 en caso de no ganar él la candidatura.

Hoy nadie duda, por asociación, que lo es José Antonio Meade; ambos han publicitado, en realidad lo hace Videgaray, que caminan de la mano desde hace tres décadas, cuando se encontraron en el ITAM. De hecho, pertenecen a la cofradía de los economistas que en el pasado se conocía como “tecnócratas”, en la que participan profesionales de la misma rama que militan en diferentes corrientes partidistas, como el panista Ernesto Cordero o el ahora independiente, ex perredista, pero también ex priísta, Armando Ríos Piter.

Este último inició su carrera política con el actual líder nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, en la campaña del ex regente del DF y ex presidente del Colegio Nacional de Economistas, Manuel Aguilera.

La aparente inquebrantable hermandad de Videgaray y Meade tiene que ver con que éste transitara con éxito del gobierno del panista Felipe Calderón al del priísta Peña Nieto; de hecho, en este sexenio es cuando más cargos ha acumulado (secretario de Desarrollo Social, Relaciones Exteriores y Hacienda), pero, además, la reciente modificación de los estatutos del PRI se considera que fue hecha a su medida por la necesidad de postular un candidato que no represente al “viejo PRI”, con el que la sociedad civil asocia lo más negativo de la política, por ejemplo, la corrupción.

En realidad es cuestionable que Meade sea también el siamés que hoy parece ser de Videgaray. Como cualquier otro miembro del gabinete lo sufrió lo mismo cuando fue secretario de Relaciones Exteriores que de Desarrollo Social. Todo pasaba por sus manos; era inevitable. A las reuniones sobre cualquier tema podía faltar el titular del área, e incluso el Presidente, pero siempre estaba el secretario de Hacienda.

Meade sufrió, pero aprendió a ocultar su malestar; hoy le resulta más fácil hacerlo y, además, le es más productivo porque sabe que al regresar del supuesto ostracismo que vivió al inmolarse por el Presidente, Luis es más fuerte que al inicio del sexenio, así que se presta al juego del somos siameses para no sufrir una descalificación que lo aparte de una candidatura que casi tiene en la bolsa.

El Plan 'B'.

Pero ya decíamos que Videgaray es visionario y previsor; imposible contentarse con sólo un “Plan A” si puede tener más de uno.

Aún peor, su profesión de economista lo obliga a considerar, entre sus variables, la posibilidad de que un candidato honesto, prestigioso y con trayectoria impecable, como Meade, pudiera perder las elecciones.

Así que tiene un “Plan B”, quizás el menos insospechado. Y no necesariamente es Aurelio.

Nadie se atreve a datar en qué momento surgió la empatía entre Videgaray y el llamado “joven maravilla” panista, Ricardo Anaya, que del gobierno de Querétaro, en donde creció bajo el cobijo de Francisco Garrido Patrón, de quien fue secretario particular, emigró a la Cámara de Diputados.

De su estadía al lado de Garrido Patrón no salpicaron a Anaya los supuestos eventos del gobernador que escandalizaron y asquearon a la conservadora sociedad queretana, pero, en las últimas semanas, el PRI ha promovido una intensa campaña mediática en su contra, acusándolo de aprovechar su privilegiada posición con Garrido Patrón para incrementar, inconmensurable e inexplicablemente, la fortuna familiar.

Es probable que Videgaray y Anaya ya fueran íntimos cuando éste fue impulsado a presidir la Cámara de Diputados en 2013, en la que, por cierto, ganó el apodo de “joven maravilla” por su habilidoso manejo del proceso legislativo.

Lo cierto es que se lució en la aprobación de las reformas más importantes del Presidente Peña Nieto, la energética, educativa, política electoral, hacendaria y financiera.

Todas convirtieron a Videgaray, más que a Peña Nieto, en personaje de talla internacional, pues si no son de su autoría total, como se promovió en la prensa mundial, por lo menos coordinó a personajes como Nuño, Ochoa Reza, y otros muchos que participaron en su elaboración.

Lo cierto es que hoy sabemos que Videgaray es una versión moderna del Doctor Frankenstein porque construyó al “monstruo” Ricardo Anaya, el mismo que puso en jaque al PRI, al gobierno federal y al Congreso de la Unión en la primera semana de septiembre, pero que, además, puede suceder a Peña Nieto en la Presidencia de la República.

Poco a poco se devela el misterio: El secretario de Educación Pública nunca aceptó la tutela de Videgaray; más bien sufrió la intromisión del entonces secretario de Hacienda en asuntos materia exclusiva del jefe de la Oficina de la Presidencia de la República.

No le fue fácil luchar contra semejante oponente porque, por regla general, el jefe de ambos, el Presidente Peña Nieto, le daba la razón; de tal suerte era y es su poder, equiparable sólo al del secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, con quien está enemistado, sin reconciliación posible, desde la campaña de 2012.

La amistad con Meade es añeja, pero el trato de Luis, en especial cuando su amigo estaba en Relaciones Exteriores, ocasionó que viniera un tanto a la baja. Hoy no es tan estrecha ni tan cordial como se publicita.

En Anaya tiene a un aliado, al que ganó cuando lo convirtió en acompañante obligado de todo panista que hacía una gestión importante en el gobierno que fatalmente pasaba por las manos del secretario de Hacienda. Si no estaba Anaya, las gestiones no pasaban.

Fue así como el queretano fue creciendo, hasta convertirse en el factor de poder que puso en ascuas al PRI y cuya lealtad está en donde nadie lo imaginaba, en la eminencia gris del gobierno.

Pues sí, Videgaray podría dar 10 carambolas de tres bandas de ventaja al gran campeón Gabriel Fernández, el hermano de Ángel, el inolvidable cronista futbol, y le ganaría con facilidad.

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