Tristeza y crisis. Foto: Pedro Matías |
PEDRO MATÍAS
SANTA MARÍA XADANI, Oax.
“No quiero que llegue ese día porque me duele demasiado, me duele”, confiesa Rosita Santiago Santiago. No puede contener las lágrimas al recordar la noche del 7 de septiembre del año pasado, cuando el terremoto sepultó a su esposo Arturo Guerra Jiménez y a su hija Ajelet Yeshua.
Un dolor de otra clase, una gran decepción, le causa que el presidente Peña Nieto no cumpliera su palabra de ayudarla con la beca de estudios que le prometió para su hijo Orlando Arturo, que sólo fue el pretexto para que saliera en las noticias:
“Aún recuerdo las palabras del presidente Peña. Me dijo que lamentablemente no iba a devolverme a mi esposo ni a mi hija, pero mis cosas materiales sí. Desde ahí, nada. No sé si se le olvidó o qué pasó”.
Rosita dice que hay videos y fotografías de aquel 13 de septiembre, cuando Peña Nieto llegó a Xadani para darle el pésame y hacerle la promesa.
“En el video que me enseño mi sobrino se ve a mi papá (Wilber Santiago Robles), que alcanzó a darle la mano al presidente Peña. Mi papá le decía: ‘¿En qué puede ayudar a mi nieto? Quedó solo y quiere estudiar’. Ahí prometió que iba apoyarlo con una beca hasta que terminara sus estudios y fuera un profesionista”.
Peña mintió. Lo mismo el gobernador Alejandro Murat Hinojosa, que vino al municipio y públicamente se comprometió a ayudarla. Ivette Morán, esposa del gobernador, citó a Rosita en la capital del estado, pero poco después dejaron de responderle las llamadas telefónicas:
“Vino Murat y delante de la gente se comprometió. Rosario Robles sí me apoyó: una semana llevó a mi hijo a terapias. Pero luego todos se fueron. Me dejaron su número, pero ya no contestan”.
Ahora que ya va a cumplirse un año del terremoto, comenta: “No quiero que llegue ese día porque me duele demasiado. Le digo a mi mamá que me quiero ir de aquí; me duele recordar esa noche, cuando no pudo salir mi esposo y murió abrazando, protegiendo a mi hija.
“La gente que me ve trabajando aquí en la tortillería a lo mejor piensan: ‘Mírenla, ya se le pasó, ya ni se acuerda’. No, sólo el trabajo me hace distraer y olvidar un poco este dolor, pero cuando estoy en mi casa reviso el celular de mi esposo, veo sus fotos y vuelvo a sufrir. Perdí todo: mi casa, todas mis cosas, a mi esposo y a mi hija. No me importa dormir en la tierra, en el suelo, pero que yo tuviera a mi esposo y a mi hija. ¿Cuándo se va a ir este dolor?”
El terremoto de 8.2 grados ocurrió poco antes de la medianoche y afectó alrededor de 950 viviendas de esta comunidad zapoteca, de las cuales 350 sufrieron daños considerados como pérdida total, entre ellas la casa de Rosita, que tenía dos niveles.
Al principio renuente, al fin accede a narrar la tragedia:
“Estábamos todos juntos arriba. No me di cuenta la hora en que empezó a temblar. Ya estaba muy fuerte, ya se iba a caer la casa. Me di cuenta y desperté a mi esposo. Él me dijo: abre la puerta y yo voy por los niños. En eso se fue la luz. Él me dijo: córrele, que ahí traigo a los niños. Abrí la puerta, pero con el movimiento pisé un escalón y en el segundo me caí, me fui hasta abajo.
“Cuando volteé vi que la casa ya se iba a caer. Pensé que mi esposo ya venía atrás. Mi hijo dice que ya no vio a su papá ni a su hermana, y no sé si el golpe de la casa lo tiró y se quedó atrapado, pero ahí estaba debajo de la losa. Fue un milagro de Dios que mi hijo se salvara.
“La losa estaba en el suelo y mi hijo, allá abajo; logró salir, sólo se le lastimó su pierna y tiene un huesito afuera. No ha le han hecho una operación porque es muy riesgosa, ya que puede quedar inválido. Mejor me dice mi hijo que se queda así.
“Mi hija no tenía ninguna herida porque su papá la cubrió con su cuerpo. Creo que mi niña se asfixió porque mi esposo la abrazó y a él le cayó toda la losa”.
Le costó cuatro meses de terapias, pero ya empieza a hablar de su enorme pérdida. Dice que le dio fuerza la conciencia de ser el sostén de Orlando Arturo, de 17 años, quien empezó el quinto semestre del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios 205 de Juchitán y quiere estudiar arquitectura.
Mientras atiende la tortillería que antes trabajaba su esposo, relata: “Le digo a mi papá: ‘Este trabajo es de hombre’. Me da pena porque tengo que meter las manos para hacer la masa, cargar bultos de harina y todo eso. Además, diario está subiendo el gas y ya se descompuso la máquina. Es un trabajo pesado. Me sería fácil pagar a otra persona y yo atendería, pero cuánto le voy a pagar…
y yo necesito el dinero para los estudios de mi hijo. Tengo que trabajar de 4 de la mañana a 7 de la noche, de lunes a domingo.
“Orlando le está echando ganas –relata–, por eso hago mi mejor esfuerzo y me da miedo no pagarle sus estudios. Si (Peña Nieto) me diera tan siquiera la beca para mi hijo, con eso me conformo, porque el sueño de mi esposo era que él fuera un profesionista. Pero el miedo que tengo es no poder cumplirlo”.
No deja de imaginar cuánto le habría facilitado esa misión la ayuda prometida. Pero no la obtuvo:
“Me dejaron su número telefónico, pero marco y no me consta nadie. Quedaron de que yo iba a avisar cuando se fuera a inscribir mi hijo y cuánto se iba a pagar, pero ya no me contestaron. Es una decepción porque en ese momento yo sentí que de verdad me iban a apoyar. Pero pasando los meses se olvidaron de nosotros”.
Revista Proceso.
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