Sergio Sarmiento/REFORMA
"Un diálogo es más que dos monólogos". Max Kampelman
La política tiene muy mala fama en estos días y no sólo en nuestro país. Hay un hartazgo generalizado que ha llevado a la elección de populistas en varios países. Los políticos profesionales son descartados de manera automática y en su lugar surgen personajes, como Donald Trump, cuya principal virtud es que se les considera libres del estigma de la política. Lo mismo ocurrió en la Venezuela de 1998 cuando los electores, cansados de los políticos tradicionales, recurrieron a Hugo Chávez.
Es lamentable este desprestigio porque debilita una actividad indispensable y beneficiosa. La política es el arte de lograr acuerdos. Permite dejar atrás las inevitables discrepancias entre individuos y grupos para llegar a las decisiones conjuntas que requiere una sociedad organizada.
Cuando la política se ejerce de manera responsable, y con el propósito de mejorar realmente la situación de una comunidad, los resultados pueden ser asombrosos. Ahí está el caso de la España de la transición. En las décadas de 1970 y 1980, una generación de políticos de ideologías muy diversas transformó al país en un breve periodo. El centrista Adolfo Suárez, el derechista Manuel Fraga, el socialista Felipe González, el comunista Santiago Carrillo y el nacionalista catalán Jordi Pujol, entre otros, llegaron a acuerdos bajo la dirección del rey Juan Carlos que, a pesar de haber heredado de Francisco Franco los poderes de un autócrata, decidió apoyar la construcción de una democracia moderna y próspera.
Cada uno cedió algo. La derecha aceptó la legalización de los partidos de izquierda, los comunistas y socialistas accedieron a vivir bajo un régimen monárquico; Pujol aceptó una Cataluña autónoma, pero dentro del reino español. Los acuerdos permitieron que España se convirtiera en una sólida democracia, que se integrara a la Europa comunitaria y que se convirtiera en poco tiempo en un
país desarrollado.
Algo similar ocurrió en el Chile de la transición. El Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista formaron la Concertación que permitió, a pesar de sus diferencias, guiar al país de la dictadura a la democracia bajo una serie de políticas económicas sensatas que promovieron el mayor crecimiento de América Latina.
Hoy vivimos nuevos tiempos. La conciliación ya no es virtud. Negociar con quien piensa diferente es símbolo de debilidad. La descalificación y el insulto se han convertido en moneda de curso corriente en la política. Para Trump no existe Hillary Clinton, sino "la deshonesta Hillary"; los medios que lo cuestionan sólo divulgan fake news. El gobierno de Carles Puigdemont en Cataluña busca una independencia que viola la Constitución española que la propia Cataluña aprobó abrumadoramente en referéndum en 1978, mientras que el gobierno español de Mariano Rajoy manda a la guardia civil a impedir por la fuerza no la independencia sino un referéndum. En México la política es el reino de las descalificaciones. Todos los que no están de acuerdo con uno son corruptos. La negociación ha sido reemplazada por el insulto.
El deterioro de la política no es menor y sus consecuencias pueden ser graves. Algo similar vimos en Italia y Alemania en las décadas de 1920 y 1930. El resultado fue no solamente el surgimiento de las dictaduras fascistas sino el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial. Una sociedad que olvida el arte de la política, que prefiere insultar a conciliar, está condenada al autoritarismo.
43,200 MILLONES
Los diputados añadieron 43,200 millones de pesos a los ingresos gubernamentales presupuestados para 2018. ¿Dónde encontraron el dinero? Subieron la estimación del tipo de cambio y del precio del petróleo; decretaron también que el SAT mejorará su eficiencia recaudadora. ¡Qué fácil es reunir 43,200 millones de pesos!
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