Leo Zuckermann
Entiendo la estrategia del PRI y PAN de comparar a López Obrador con Maduroen Venezuela. Se vale, es común y corriente en todas las democracias, infundir miedo como parte de una campaña electoral. AMLO tendrá, como ya está haciendo, que defenderse. En lo particular, a mí no me convence la comparación del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) con la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez. Creo que, en términos analíticos, nos dice más la admiración de López Obradorpor el chileno Salvador Allende. Y, para comparaciones, me parece aún más atractiva la de AMLO con el viejo PRI autoritario de antes de los ochentas.
En su libro, 2018 La salida: decadencia y renacimiento de México, el candidato presidencial de Morena ofrece una narrativa interesante de lo que piensa. El país funcionaba bien hasta que, en 1982, el presidente De la Madrid implementó un modelo neoliberal que pervive hasta hoy. Ahí es cuando México se jodió. Antes, al parecer, todo era miel sobre hojuelas. López Portillo fue un gran estadista, al igual que Echeverría (quien, por cierto, recibió con bombos y platillos a Allende cuando vino a México), Díaz Ordaz y para atrás.
No voy a argumentar por qué creo que AMLO se equivoca con este diagnóstico. Lo que quisiera resaltar es la característica que tenían los presidentes mexicanos antes de 1982: todos creían en un modelo vertical del poder. En la cúspide estaba el Presidente, quien era el decisor último del sistema político. El mandatario, por dedazo, decidía las principales candidaturas del partido hegemónico incluyendo la de su sucesor sexenal en Los Pinos.
López Obrador, quien fue priista por muchos años, se formó en ese sistema. Ahora, al frente de Morena, ha instituido un proceso similar de toma de decisiones desde la cúpula donde se encuentra él. Hasta ahora, el tabasqueño, con su dedito, ha designado a los principales candidatos de su partido.
¿Se vale? Desde luego. Cada partido que tome las decisiones como mejor le acomode, siempre y cuando tengamos, como ahora, una democracia donde dichos candidatos puedan perder en las urnas. He ahí una diferencia con el pasado autoritario. Antes, el Presidente decidía por dedazo los candidatos quienes luego, en un mero trámite, se convertían en gobernantes. Ahora no. AMLO puede designar a las personas que aparecerán bajo el emblema de Morena, pero no necesariamente ganarán. (Otra diferencia con el pasado autoritario es que en las reglas no escritas estaba prohibido el autodedazo. AMLO ya lo ha ejercido al ser, sin cuestionamientos, el único candidato presidencial posible de Morena).
Pero regresemos a la comparación de López Obrador con la vieja guardia tricolor. No sólo ha instituido el dedazo en Morena, sino que además lo trata de esconder, igualito que el PRI de antaño y, por cierto, también el actual de Peña. Los priistas, en lugar de reconocer que el Presidente era el que decidía, salían con el cuento de las consultas a los sectores y liderazgos. De pronto, cuando Los Pinos daba la orden de anunciar a un candidato, los trabajadores, campesinos o algún otro grupo social salían “espontáneamente” a pronunciarse a favor del agraciado. Así escondían el dedito de su líder real. Todo dizque muy democrático.
En Morena no hay sectores corporativos como en el PRI de antes, pero AMLO está tratando de esconder su dedito de una manera diferente. Ahí está la candidatura de jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Este fin de semana, el partido supuestamente levantó una encuesta para medir quién era el aspirante mejor posicionado para convertirse en el candidato. Al parecer —porque ni eso queda claro—, midieron a cuatro: Claudia Sheinbaum, Martí Batres, Ricardo Monreal y Mario Delgado.
La semana pasada tuve oportunidad de platicar con ellos en FOROtv. Tengo la impresión que todos estaban convencidos de que el partido efectivamente decidiría conforme a los resultados de la encuesta. O eso me dijeron. Yo no lo creo. La CDMX es una entidad importantísima para que Morena pueda ganar la Presidencia el año que entra. AMLO no va a tomar esta decisión por los resultados de una encuesta. No. En la mejor tradición priista, solito, en su despacho, definirá al agraciado. Y Morena tratará de esconder el dedito de López Obrador con la dichosa encuesta. “Fue la opinión pública la que determinó el resultado, no nuestro líder máximo”. Sí, como no.
Dedazo más simulación, dos instituciones del verticalismo priista del pasado que tanto añora López Obrador.
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