Son un caso de paradoja singular nuestros dos grandes populistas, el de la derecha, Ricardo Anaya; y el de la feligresía confesional y de pastiche ideológico, AMLO: el discurso político muestra una sincronía notable, pero son discordantes sus maneras de expresarlo:
—Anaya es estructurado al hablar, pero escupe las palabras, como robot. Por eso no conecta con la gente. Gran símil a su arranque de precampaña: casi solo, en un parque gélido, con un perro errante de la madrugada de fondo.
—AMLO pasa aceite para hilar las palabras, como un señor agobiado de penas y de tareas. Pero sí conecta con la gente. Acaba siendo humano. Todo lo que dice resulta pegajoso.
Es esa falta de calidez humana de Anaya que ha dejado atrás los tiempos en los que los abanderados del PAN emocionaban a su militancia, por la congruencia y la convicción de sus exponentes. ¿Por qué? Porque la alianza de Anaya con la izquierda despojó al PAN de la autenticidad que lo convertía en una opción.
Anaya resulta un candidato automatizado porque no representa la originalidad de su partido. Lo acompleja representar a un instituto político con personalidad, principios e identidad propios. Por eso se alió con el PRD y MC.
¿Por qué el complejo de Anaya? Si el PAN es una corriente política que propugna en sus estatutos la libertad con orden, la compasión, el mercado, la competencia, la eficiencia, la propiedad y el emprendimiento. Pero esos preceptos históricos no convencen a Anaya.
De ahí su Frente, que dio al traste con la lucha de panistas en todo el país desde 1929. En cambio, hoy observan cómo un solo hombre se adueñó del partido y lo hizo añicos, tanto que existe una distancia ya infranqueable entre Anaya y Carlos Castillo Peraza, Manuel Clouthier o don Luis H. Álvarez.
Se nota en la incapacidad de Anaya para convocar, como sí consiguió en su momento Vázquez Mota. La desideologización de Anaya, su pragmatismo electoral es castigado. Entonces, los panistas militantes afirman que Margarita Zavala no se va del PAN, que el PAN se va con ella, con Meade, hasta con Fox.
Su campaña no entusiasma, no convoca, no genera esperanza. La solución que encontró Anaya fue juntarse con Juan Zepeda, un político perredista “de pueblo”, que canta con una imagen del comunista Che Guevara en el tahalí de su guitarra, lo cual, sin embargo… lo aleja más de los panistas.
Es lo peor: 2018 no muestra opciones de izquierda o derecha definidas. Lo planteó mejor el panista mayor, Manuel Gómez Morín: “Las ideas y los valores del alma, son nuestras únicas armas; no tenemos otras, pero tampoco las hay mejores”.
Y eso sí es un logro de Ricardo Anaya.
Rubén Cortés/La Razón
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