De manera cortés aunque con indudable seriedad, un miembro del gabinete me reclamó la columna en que digo que José Antonio Meade va a ser el candidato presidencial del PRI porque tiene cero negativos.
Y como uno nunca debe sentirse dueño de la verdad y puede que ese secretario tenga razón, reproduzco parte del diálogo.
-Muy mala tu columna de Meade.
-¿Por?
-Cómo crees que va a ser candidato un burócrata, muy talentoso y buena persona, pero no conecta con la gente. Una campaña es otra cosa.
-Todo indica que va a ser él, secretario.
-Entonces ya perdimos las elecciones.
-Son las señales que manda tu jefe.
-Mi jefe tiene un colmillo largo y afilado.
-Te insisto, Meade tiene cero negativos. Algo insólito.
-Esto no se trata de tener menos negativos, sino de ganar las elecciones, entusiasmar a la gente, sumar, dar esperanzas, y no ir a una elección con el priismo dividido.
Mira Andrés Manuel –agregó–, puede tener 50 por ciento de negativos, pero el 50 por ciento de positivos los transforma en votos y con eso tiene.
Hasta ahí la conversación. Cada quien siguió su camino, pero queda una certeza, además de la posibilidad de estar equivocado con respecto a las señales que se mandan sobre el candidato presidencial del PRI: el gabinete no está tan cohesionado como se cree.
Eso de leer entrelíneas los mensajes de la liturgia priista no es asunto sencillo.
Cuando hacía la crónica de la campaña de Carlos Salinas de Gortari en 87-88, para La Jornada, puse que en Tlaxcala el candidato había dado un mensaje de ruptura con el entonces presidente Miguel de la Madrid, porque dijo que no estaba atado a ninguna continuidad.
Al día siguiente entró a la sala de prensa, como un huracán, el exgobernador tlaxcalteca Tulio Hernández y se fue directo hacia mí. Con su cara a escasos centímetros de la mía, me reclamó:
-¿¡Cuál ruptura!? A ver, ¿¡Cuál ruptura!?
Echó unas palabrotas de aquellas y al darse la media vuelta me soltó el regaño como un pase del desdén: “Ni leer sabes, chingao”.
Esta vez no llegó a tanto porque es un secretario respetuoso, pero con toda seguridad me quiso decir lo mismo que Tulio Hernández en esa lejana ocasión.
El contenido de la conversación revela lo dividido que puede estar el gabinete previo a la decisión del Presidente. Y lo que podría venir después.
Peña Nieto está divertido con la sucesión priista, ni duda cabe. Al tocar el tema le cambia la expresión y vuelve a ser chispeante y bromista.
Sin embargo, se le puede pasar de tueste.
Como los cuatro señalados por Emilio Gamboa creen que van a ser “el candidato”, y no hay frío para tres de ellos, la decepción traerá, inevitablemente, consecuencias.
¿Aceptará Narro ser candidato al Gobierno de la CDMX cuando su expectativa era la Presidencia?
¿Querrá Osorio ser candidato a senador por Hidalgo o líder del PRI, después de encabezar las encuestas para ser abanderado presidencial?
¿Se irá Aurelio a coordinar la campaña de otro que no sea él?
¿Entrará Meade a la frialdad del Banco de México, luego de haber sentido el calor de una candidatura presidencial en sus manos?
Con mucho menos que eso tuvo Camacho para enloquecer en 1993.
Ahora los cuatro creen que van a ser, y sólo hay lugar para uno.
Vamos a ver si el oficiante de la liturgia resuelve bien el dilema en los siguientes días o semanas. Pero el horno está muy caliente y se puede quemar el pan.
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