Jesús Robles Maloof
SinEmbargo
Robar ayuda humanitaria, es además de un delito, uno de los actos más indignos que una persona puede cometer el cual no tiene justificación ética alguna, punto. Dicho lo anterior en los pasados días intenté pensar el acto de rapiña y el contexto social en el que se genera. Foto: Especial.
“Desvío de recursos” es un forma elaborada de referirse al saqueo.
El pasado lunes nos enteramos que un tráiler que llevaba víveres para las personas damnificadas por el reciente sismo, volcó en un tramo de la carretera Puebla – Orizaba dejando expuesta su carga. El vehículo de la empresa “Muebles y Mudanzas MyM”, quienes se ofrecieron a llevar la carga, se dirigía a Juchitán, Oaxaca con más de 10 toneladas de ayuda humanitaria. Toda esta ayuda fue saqueada por personas de poblados cercanos e incluso por quienes transitaban por dicha carretera, ante la mirada de elementos de la Policía Federal que al verse superados decidieron no intervenir.
El diario El Mundo de Córdoba reporta que; “aún sabiendo para dónde iban dirigidas” las personas abordaban taxis para llenarlos con la mercancía. El hecho nos indignó acaso porque contrasta radicalmente con el drama que viven quienes han perdido todo y representa una conducta inversa a quienes se organizan para acopiar y enviar ayuda.
Robar ayuda humanitaria, es además de un delito, uno de los actos más indignos que una persona puede cometer el cual no tiene justificación ética alguna, punto. Dicho lo anterior en los pasados días intenté pensar el acto de rapiña y el contexto social en el que se genera.
De entrada recordé los sismos de 1985 como si hubieran pasado hace solo unos meses. Comprobé que, cuando se mueve la tierra y nosotros con ella, los recuerdos se sacuden en la misma medida. A pesar de mis 13 años, el terremoto de 1985 marcó mi vida y la de millones. Pronto toda una ciudad se organizó más allá de sus autoridades para en principio, rescatar la vida que permanecía bajo escombros. Mis amigos de mayor edad fueron reclutados por las brigadas ciudadanas de búsqueda y rescate, de las que fui descartado por mi escasa edad.
En cambio, a dos vecinos de la misma edad nos asignaron la tarea de recolectar comida para los rescatistas, de prepararla y llevarla a los derrumbes de la colonia Roma dónde fuimos asignados. Este equipo adolescentes en un inicio veíamos con desagrado la recolección, que contrastaba con el heroísmo de quienes rescataban personas de entra las ruinas. Pero queríamos ayudar así que conseguimos un auto e iniciamos nuestros recorridos por el centro y oriente de la colapsada ciudad.
Durante las tres semanas que duró nuestra tarea, los víveres nunca escasearon, siendo testigos de la gran voluntad, solidaridad y empatía de los chilangos ante la adversidad. No obstante recuerdo bien que un día no teníamos que llevar y la hora pactada para comer, se acercaba. Tuvimos entonces la idea de ir al aeropuerto y preguntar si las líneas aéreas podían donar algo. Lo logramos. El viejo Impala que nos servía de transporte cruzó las pistas de traslado de los aviones hasta un imponente “Jumbo Jet” que venía de Alemania. De él bajó una plataforma con decenas de charolas de comida caliente.
Recuerdo claramente nuestra alegría por aquel logro, risas que se extendieron todo el tiempo que estuvimos cerca de la terminal aérea. En camino hacia La Roma uno de mis amigos abrió una de las charolas y descubrió para nosotros un puñado de pequeños chocolates nunca antes vistos. Recuerdo esas maravillas que tienen un dos placas de chocolate en los extremos y una de menta a la mitad.
Comimos bastantes. Ya cerca de nuestro destino escuchamos del mismo que encontró los chocolates unas palabras que nunca olvidaré: “Esta muy mal esto. Nos comimos algo que pedimos en nombre de los rescatistas y damnificados”. Hubo un silencio que duró toda aquella jornada. Los días posteriores tratamos toda la ayuda como sagrada y si llegábamos a comer algo de ella, lo hacíamos al mismo tiempo con los rescatistas o en los albergues.
Todo esta historia la recuerdo hoy ya que desde esos días creo que la ayuda que se pide para quienes sufren, tiene un carácter de casi sagrado, porque representa un valor humano fundamental que es la solidaridad ante el dolor ajeno.
La indignación ante el saqueo del pasado lunes es una buena señal que lo reflejos éticos de una sociedad están ahí. Es importante decir que es muy probable que, como yo, muchos de quienes reprobamos este acto no conozcamos lo que el hambre significa. Por supuesto es posible que quienes saquearon el tráiler tampoco los impulse la emergencia de comer y eso nos lleva a concluir que sino es por hambre, es muy probable que el saqueo se cometa como otras conductas antisociales en México, simplemente porque no se castiga y lo que es casi sagrado para nosotros no necesariamente lo es para todos los mexicanos.
Los estándares éticos son importantes para una democracia porque son el sustrato de cualquier sociedad donde la igualdad y la justicia son sustentables. Así, no solo existen en la opinión y conducta de millones aquellos principios en los que robar ayuda humanitaria es condenado, sino aquellos contra estándares donde el saqueo y el robo de los bienes públicos son la norma. El saqueo de los bienes públicos que practican extensivamente los políticos es grave no solo por el robo concreto, sino por el ejemplo y modelo a seguir que imponen y que podemos llamar la cultura del saqueo.
Esto es claro no solo por los múltiples casos de robo de ayuda que en los últimos años se han multiplicado en desastres naturales, como los ocurridos durante este gobierno; hace 4 años en Guerrero por las tormentas de “Ingrid” y “Manuel”, o de los 645 millones 693 mil pesos que entre 2012 y 2013 desaparecieron bajo el gobierno de Javier Duarte en Veracruz, los que serían destinados a desastres naturales, y de los 1,205 millones de pesos que el gobierno de Rafael Moreno Valle en Puebla destinó para seguros contra desastres naturales de lo que no se tiene evidencia documental.
La lista se antoja interminable en un país donde, por citar el ejemplo más emblemático, hablar de Fondo de Desastres Naturales es ya sinónimo de desvío de recursos que es la forma elegante para referirse al saqueo.
Como siempre preguntamos aquí ¿Por dónde empezar? Quizá los Policías Federales que observaban el saqueo pudieron intentar detener al primero que vieran robando, si esto no amenazaba su vida o integridad. No lo sabremos nunca. De lo que hay certeza es que uno de los mejores estándares éticos puestos en práctica que puedo pensar son los procesos penales y las sentencias a quienes han hecho del saqueo su especialidad.
En estos tiempos no veo otro un mejor caso por el que empezar a cambiar la cultura del saqueo, que el de Javier Duarte quién participó, entre otros crímenes, en el uso de medicamentos falsos para niños con cáncer.
Él y quizá el quienes ocupan el gobierno federal esperan alargar el proceso penal hacia 2018 en espera de que el PRI renueve su dominio y que la exigencia social se disperse. De que no sucedan ambas cosas nos toca a nosotros.
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