domingo, 10 de septiembre de 2017

Desatención eleva suicidio en jóvenes

Diana Higareda y Daniela Hernández



Laura tenía 20 años cuando la depresión se apoderó de ella. Al igual que otras chicas de su edad, asistía a la universidad y salía a divertirse con sus amigos. Pero esa sonrisa que mostraba ante todos se le desdibujaba cuando estaba sola. En su mente había una idea que cada vez tomaba más fuerza: quitarse la vida.

De 2012 a 2015, se tiene el registro de 24 mil 220 mexicanos que se suicidaron. Este número no ha logrado disminuir, por el contrario, cada año presenta un ligero aumento que afecta principalmente a los más jóvenes, de acuerdo con las cifras de mortalidad de Inegi. Dos de cada cinco pertenecen a un grupo identificado por autoridades y especialistas: 9 mil 961 casos tenían entre 15 y 29 años.

“Esta población es la más vulnerable porque es la más desprotegida. No acuden con un especialista y muchas de las conductas autodestructivas que tienen podrían estar escondiendo el suicidio”, explica el doctor Alejandro Águila, fundador del Instituto Hispanoamericano de Suicidología.

No existe un detonante en específico que lleve a alguien a tomar la decisión de terminar con su vida. Es una situación multifactorial en la que se puede mezclar desde violencia familiar, crisis económicas, trastornos mentales o abuso sexual, hasta problemas amorosos o un mal manejo de la frustración. Incluso hay enfermedades que derivan en depresión y se unen a una situación personal precaria; estos dos elementos fueron los que llevaron a Laura a tomar medidas drásticas sobre su vida.

Un sábado que parecía normal, esta chica de 20 años tenía un plan diferente al de otros fines de semana. Se bañó y se alistó para salir, no sin antes dejar un par de sobres en una pequeña mesita de noche que había en su habitación. Cada uno contenía una carta para sus seres queridos. Durante meses pensó en suicidarse y ese día lo iba a hacer.

Desde los 16 años Laura se la vivió con sicólogos. Sus genes la hacían una mujer propensa a sufrir depresión y su cerebro no segregaba las hormonas relacionadas con el bienestar y la felicidad. Fue durante la preparatoria que entendió que su tristeza tenía una causa más profunda. “Yo lo describo como que hay temporadas en las que es como si una nube negra te aplastara y todo lo ves gris. Sientes ansiedad y frustración. Hay veces que es más terrible y hay veces que se va”, narra.

Cuando cumplió la mayoría de edad, un cóctel de antidepresivos empezó a llenar su organismo. Con medicamentos fue la única forma en la que controló sus crisis emocionales. Pero a los 20 años su panorama personal cambió: su padre perdió su empleo, la situación económica en su casa entró en números rojos y la universidad estaba acabando con sus nervios. Los elementos estaban puestos. “Llegó un punto en el que cualquier cosa me hacía sentir miserable. Lo peor es que no entendía la razón, yo sólo quería que todo terminara”, recuerda la joven.

Fue ahí cuando comenzó a planear cómo y en dónde terminaría con su vida. Mientras Laura asistía a la escuela y convivía con sus amigos y familia como si nada pasara, por otro lado iba identificando qué necesitaba para concretar su plan. “Yo le decía a mi familia: ‘No quiero vivir’, pero nunca les dije: ‘Me quiero matar’”, comenta. La mejor arma a la que Laura tenía acceso eran los medicamentos. Se dedicó a reunir los pedazos restantes de cualquier antidepresivo, antigripal o cualquier otra pastilla que encontrara. Todo estaba reunido en una pequeña bolsa que utilizaría en el momento indicado.

De los más de 24 mil casos de suicidio que se reportaron en México entre 2012 y 2015, 10% fueron por envenenamiento. Este es el tercer método más usado. Cada año, en promedio 500 mexicanos consumieron algo que sabían los afectaría por dentro y lograría terminar con sus vidas. El ahorcamiento fue la forma más reportada en ese periodo: 18 mil 937 mexicanos se estrangularon. No sólo es el número uno de la lista, también es el que presentó un mayor aumento, al pasar de 4 mil 291 a 5 mil 92.

El día de la decisión

El fin de semana que Laura eligió para suicidarse salió temprano de su casa y condujo hasta la casa de su mejor amigo. Él no lo sabía, pero era su forma de despedirse. Después de un par de horas, la chica abordó de nuevo su auto y sacó la bolsa de pastillas que había juntado por semanas. Sin pensarlo comenzó a ingerir un poco de todas. Llegó a su casa, pero no sintió el efecto de inmediato. Esperó toda la tarde y nada ocurría. “Sólo tenía dolor de estómago, pero era por el ‘trillón’ de medicinas que me había tomado”, explica la joven.

Sin efectos aparentes, Laura esperó a que llegara la noche. Antes de dormir ingirió otra cantidad de píldoras. Esta vez quería estar segura de cumplir su objetivo y le sumó una botella de cloro. La joven poco a poco perdió el conocimiento.

De 2012 a 2015 se registraron 374 muertes por exposición a drogas, medicamentos o narcóticos, según los datos del Inegi.

Aunque ocho de cada 10 suicidios son de hombres, las mujeres son quienes lo intentan más. La diferencia radica en que “ellos utilizan métodos más letales como armas de fuego, se avientan de precipicios e incluso recurren al ahorcamiento. La mujer, por lo general, usa la ingesta de medicamentos o venenos y esto las hace rescatables”, dice.

De cuando despertó, Laura sólo recuerda estar rodeada de enfermeros y las paredes frías de un cuarto de hospital. Le habían salvado la vida con un lavado de estómago. Las preguntas llegaron de inmediato: “¿Por qué lo hiciste?, ¿cómo te sientes?” Estas frases fueron una constante durante los siguientes días.

Después de dos días internada, Laura regresó a su casa para su recuperación. “Al inicio estaba muy drogada. Aún tenía el efecto de los medicamentos que me tomé. No hablaba con nadie. Lo único que pasaba en mi cabeza era la idea de que no lo había logrado. Sólo pensaba que fallé”, relata.

Su mamá durmió un mes completo a su lado para asegurarse de que no se sintiera sola o que intentara quitarse la vida de nuevo. El hogar es el sitio en el que ocurren 75% de los suicidios. Entre 2012 y 2015 se registraron mil 497 casos en los que se suicidaron en la vía pública y 125 en escuelas o lugares de trabajo.

La vida de esta joven de 20 años comenzó a equilibrarse. Con ayuda de otro siquiatra logró que sus ideas suicidas se fueran controlando. Retomó sus clases en la universidad y dejó de sentirse sofocada por todo su entorno. La única repercusión irremediable fue lo que los médicos le dijeron al salir: su hígado había quedado dañado como consecuencia de las pastillas que ingirió.

Ya pasaron dos años desde la tarde en la que se tomó más de una docena de píldoras. Ya no visita a ningún sicólogo, pero sigue tomando una dosis estricta de antidepresivos. Ahora entiende mejor su situación. “No me molesta hablar del tema porque logré aceptar mis emociones. Cada vez que me siento mal, intento platicar conmigo misma y entenderme”.

Para su familia es diferente. Sus padres aún se sienten incómodos al recordar el día que encontraron a su hija tendida en la cama y sin reaccionar. “Es como un pasado oscuro que intentan tapar. Muchas veces no sólo las personas que lo intentan necesitan ir a terapia, también el círculo social afectado. Sólo así podrán tener un mejor entendimiento de la situación”, explica Laura.

La palabra ‘suicidio’ sigue siendo un tabú en las familias mexicanas y esto lo convierte en un problema grave. “Es necesario buscar ayuda. Se estima que alrededor de seis personas se ven afectadas por el intento o realización del suicidio”, comenta Ricardo Domínguez, especialista en tanatología.

Sin acciones ni protección

Los especialistas coinciden en que el suicidio es un problema de salud pública, pero no se trata como tal. “Las autoridades saben que es algo que afecta en forma creciente a la población, pero lo cierto es que el sector salud no tiene un programa nacional que muestre la dimensión del problema” explica Guilherme Borge, especialista del INPRFM.

Entre 2012 y 2015, los suicidios en jóvenes aumentaron 294 casos entre un año y otro. La mayor cantidad de suicidios en varones se presentaron entre los 19 y los 22 años, mientras que las mujeres se suicidan más jóvenes, entre las edades de 15 y 17 años.

“Los adolescentes y jóvenes son más vulnerables porque durante esa etapa se toman más decisiones, se define la personalidad y sexualidad del individuo, así como las formas en que se relaciona con su entorno”, explica María Fernanda Olvera, directora general del Instituto de la Juventud (Injuve) de la CDMX.

Andrea, estudiante de la carrera de veterinaria, intentó quitarse la vida cuando tenía 17 años. La separación de sus padres y los intentos fallidos de ser aceptada en la facultad la llevaron a tener esta idea. Una sensación de soledad permanente permeaba en su cabeza. “En mi casa había una relación sana, pero no unida. Nos llevábamos bien, pero nadie sabía nada de la vida de nadie. Siempre me sentía aislada”, relata.

Cuando su familia se partió, su soledad se intensificó. Su madre se mudó a otro estado y la adolescente quedó al cuidado de su padre, quien pocas veces estaba en casa. La frustración y el miedo al futuro le hicieron pensar que no tenía otra salida. El día que terminó en el hospital fue en un arranque de desesperación. “Tuve una pelea con mi novio. Fue algo súper tonto, pero para mí era la gota que derramó el vaso”, cuenta. Al llegar a su casa se tomó una sustancia conocida por generar amnesia momentánea y que en grandes cantidades puede conducir a la muerte. “No investigué qué tomar, la sustancia ya estaba en mi casa, yo sólo sabía que servía para dormir”.

Al instante no sintió nada. Conforme pasaron las horas los efectos comenzaron a presentarse: pérdida del equilibrio, tartamudeo y mucho cansancio fueron algunos de los efectis. Cuando Andrea despertó, estaba en el hospital. “A la fecha no recuerdo nada, sólo me dijeron que me llevaron cargando y me inyectaron algo para estabilizarme”.

Después de esto, la llevaron a un sicólogo. No dio resultado. Uno de los problemas más fuertes sobre el suicidio y los sobrevivientes es que no existe la suficiente infraestructura ni profesionales preparados para atenderlos, explica el tanatólogo. Andrea sentía que una persona mayor no la entendería. La mayoría de los adolescentes no se sienten comprendidos por sicólogos mayores: “Una encuesta de la capital reveló que 83% de los jóvenes prefieren abordar sus problemas con especialistas jóvenes”, comenta María Fernanda Olvera.

En la ciudad existen cuatro clínicas especializadas en salud emocional. “Curamos desde un corazón roto hasta intentos de suicidio”, asegura Olvera. Durante su primer año de operación, el Injuve recibió en sus clínicas especializadas 21 mil 368 personas. Mil 203 acudieron por ideación e intento suicida. Pero la atención especializada no es suficiente. “El cupo es una limitante, en este momento tenemos lista de espera de 203 personas”, explica la directora del instituto.

En los estados la situación es peor, no se cuenta con lugares destinados a la atención sicológica y emocional de los jóvenes. La entidad que registra un mayor aumento en casos de suicidios es Chihuahua, en donde las defunciones pasaron de 50 en 2012 a 422 en 2015. En Chiapas, Guanajuato, Sonora, Estado de México y Puebla, los suicidios subieron al menos 50 casos entre un año y otro. Lo que marca a las entidades no es claro. “Hay tres estados al sureste que presentan un índice mayor de suicidios, lo mismo ocurre en el norte, pero se sabe muy poco de las causas, apenas se están realizando estudios”, explica Borge.

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