martes, 2 de octubre de 2018

“No queremos limosna, sino un precio justo para nuestro café”: La crisis de los cafeticultores



“No queremos que nos den limosna, lo que queremos es que nos paguen lo que vale nuestro café”, esta premisa dio origen al proyecto del comercio justo de la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI).

En los años de 1981-82, el sacerdote Francisco van der Hoff reunió a unos 50 productores de café del Istmo para conocer sus experiencias de producción y el descubrimiento que hizo del campo oaxaqueño fue contundente: los campesinos perdían por producir. De los 92 pesos que costaba cultivar, cosechar, despulpar y secar un kilo de café, ellos obtenían 37 de vuelta. En el mercado internacional el precio de ese kilo era de 137.

La alternativa que buscó Van der Hoff, de origen economista, fue saltarse a los intermediarios, a los coyotes, y vender directamente, “una idea bonita, pero no tan fácil”, señala.

La búsqueda de compradores que estuvieran dispuestos a pagar el precio justo lo llevó a su natal Holanda, donde con el apoyo del Premio Nobel fue creado el sello Max Havelaar, tomando el nombre del personaje literario que en el siglo XVI narró la explotación de trabajadores cometida por el reinado holandés en la isla de Java.

Además de pagarse al precio justo por el simple hecho de ser justo, un elemento agregó un valor vital al café producido por UCIRI, el ser orgánico, lo cual, más que ser una elección de consciencia ecológica fue una obligación por las condiciones económicas. “Vinieron unas personas de Alemania y dijeron ustedes tienen café orgánico, porque insumos químicos nunca los usaron por los pinches precios”.

El primer paquete con el sello del comercio justo ingresó a Holanda y su comprador fue el príncipe Claus, “un hombre muy consciente, que nació y vivió en África y tenía muy clara la idea”, quien lo recibió del Premio Nobel de Economía, Nikolaas Tinbergen, quien apoyó el proyecto en sus inicios. Entre 1986 y 1987 la organización recolectó unos ocho mil sacos de café y en 1989 se creó el sello Max Havelaar.

La regla principal para vender este producto era garantizar el pago de un precio mínimo que cubriera por lo menos los costos de producción y dejara una ganancia. La idea se replicó en Francia, Inglaterra y Alemania, entre otros países europeos, bajo otro nombre “fair trade” comercio justo, que es la venta de un producto a través de un sello.

Con las ganancias que comenzaron a obtener los productores de UCIRI se generaron beneficios inmediatos tanto en el ámbito doméstico como en el comercial. Los ingresos sirvieron para mejorar viviendas, cambiar las láminas de los techos, colocar pisos y fortalecer su infraestructura productiva. Compraron maquinaria, una ferretería en donde se vendían a crédito herramientas para el campo y además, en los años 1994-95 y 96, se instalaron líneas de transporte desde las zonas de los productores hacia Ixtepec. En ocasiones los productores debían caminar desde Laollaga hasta Santa María Guienagati.

También se impulsaron las demandas de los campesinos para que el gobierno abriera centros de salud y se construyó un centro privado de enseñanza técnica con el que más de 400 jóvenes fueron capacitados en la producción del café orgánico y en la organización comunitaria. Al centro acudieron jóvenes de diversos estados mexicanos, principalmente de Chiapas, y de Perú, Bolivia, Guatemala y Honduras para aprender lo que llaman “la mística de UCIRI”: “es ser democrático, gente de la resistencia, ser transparente y ser gente orgánica, son elementos bien inculcados y se los llevaron estos chavos, el centro ya no existe porque económicamente no pudimos sustentarlo, era un costo enorme, ahora es un bachillerato de los hermanos maristas”.

Contra la lógica del mercado

El proyecto del comercio justo, explica el biólogo Salvador de Anta Fonseca, fue en sus inicios una propuesta que ayudó a desestimar la lógica del mercado, en la cual obtendrá ingresos aquel que logre precios menores aun si esto es contrario al equilibrio medioambiental o si afecta a campesinos que compiten en circunstancias distintas.

El país que señala es Brasil, donde crece un tercio del café que se produce actualmente en el mundo –en 2018 ha proyectado cosechar su marca histórica de 58.5 millones de sacos de 60 kilos. “Produce mucho pero no es muy buena calidad, tiene grandes extensiones de cultivo de café, con alturas bajas, entre los cero metros y 600, no es un buen café, pero es el que utilizan la mayoría de las empresas para hacer sus nescafé”, explica.

Por las condiciones en las que es producido el grano brasileño, continúa, “los costos de producción no son tan altos y al tener una economía de escala tienen altas ganancias, en cambio un productor en México con todos los costos que tienen que cubrir, la fuerza de trabajo, la siembra, la limpieza, los salarios, tiene muchas dificultades para que en la venta de su producto se recuperen los costos”, señala de Anta Fonseca, quien fue director del Consejo Civil de la Cafeticultura Sustentable.

La ley y la oferta es retirada del plano de negociación con el esquema del comercio justo, en el que países principalmente desarrollados aceptan pagar por un producto de buena calidad el precio que representa el trabajo para obtenerlo.

Inicialmente el comercio justo era una certificación únicamente para pequeños productores que contaban con una pequeña superficie de siembra, donde la mano de obra era básicamente familiar, organizados en pequeñas cooperativas que se desarrollan de forma transparente y democrática. Adicionalmente se puede obtener la certificación del café orgánico.

Ese esquema ha sido rebasado actualmente por grandes empresas que quisieron participar en el mercado del comercio justo, interviniendo en el nicho que crearon pequeños productores como los organizados en UCIRI.

“Ha habido diferencias con lo que podríamos llamar la burocracia del comercio justo, con las comisiones que elaboran los estándares, algunos de los principios del comercio justo ya se han ido perdiendo, los intereses económicos de algunas empresas grandes han logrado penetrar al comercio justo y, por ejemplo, ya se permite que algunos finqueros, productores intermedios y hasta grandes puedan participar en este esquema cumpliendo ciertos estándares como pagar salarios justos, brindar seguridad social a sus trabajadores, atención de salud, algunos de los productores piensan que esto ya no es realmente el comercio justo”, señala.

El Imparcial Oaxaca.

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