José Woldenberg
En medio de una violencia expansiva que, en materia política, se tradujo en el asesinato o amedrentamiento de un número importante de candidatos, de un debate plagado de descalificaciones mutuas, pero también de olas de entusiasmo y esperanza y de miedo y preocupación, de planteamientos interesantes y campañas de simplezas, se llevaron a cabo las elecciones más grandes de la historia del país, confirmando que esa vía sigue abierta para que los vaivenes de los humores públicos construyan mayoría y minorías y un espacio de representación plural. Para ello son las elecciones. Son la única herramienta que ha inventado la humanidad para que los relevos de los gobiernos y legislativos se lleven a cabo por una vía participativa, institucional y pacífica.
Nunca estará de más valorar y reconocer el trabajo de los ciudadanos que se encargan de la recepción y cómputo de los votos. Ellos son el “alma” y el candado de la elección. Más de un millón 400 mil ciudadanos recibieron y contaron los votos de sus vecinos. En un ambiente recargado de malos presagios e incluso en zonas donde la seguridad es precaria se instalaron más de 150 mil casillas. Según reportes del INE solamente 14 no fueron colocadas. Ello indica que cuando a los ciudadanos se les convoca a realizar tareas con sentido, cientos de miles responden con responsabilidad y no pocos incluso con gusto. Las elecciones organizadas de esa manera son una auténtica escuela de educación cívica.
El INE, por su parte, realizó un trabajo excepcional, todos los eslabones del proceso funcionaron de manera precisa. Hay que repetirlo: desde el padrón y las listas nominales de electores hasta el recuento de los votos, pasando por la organización, la capacitación de los funcionarios, el PREP y los conteos rápidos, son, todos, eslabones muy bien afinados. No solo no contienen sesgo político alguno, sino que resultan efectivos y funcionales. El problema es cuando al INE se le habilita como si fuera un juez y se quiere que resuelva conflictos entre partidos o al interior de los mismos. Si ese tipo de litigios fueran remitidos directamente al Tribunal tendríamos un sistema electoral más armónico y con menos tensiones.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador resultó contundente. 53. 1 por ciento de la votación. Morena aportó el 44.4 por ciento, el PT el 6 y el PES 2.7. Desde aquella elección de 1982 en la que ganó Miguel de la Madrid con el 71 por ciento de los votos ningún triunfador lo había sido con un porcentaje de votos y una diferencia tan grande. Quiere decir que desde que tenemos elecciones competitivas (la de 1982 no lo era) ésta es la victoria más rotunda. El hartazgo con los partidos y políticos tradicionales y la perseverancia y la vena popular de AMLO han cambiado el mapa de la representación.
Son muchos y distintos los nutrientes del hartazgo. Pero la catarata de actos de corrupción documentados, el crecimiento de la inseguridad y la violencia, la falta de perspectivas productivas para millones de jóvenes y una desigualdad ancestral inconmovible pueden (quizá) explicar el vuelco en la votación. Los partidos que ya han gobernado al país quisieron explotar el miedo al cambio (para lo cual el discurso del ahora ganador prestaba elementos a granel), pero en esta ocasión ese resorte no fue suficiente por la densidad y la extensión del malestar.
Acompañará la gestión del próximo Presidente un Congreso con mayoría absoluta de su coalición. Según cifras preliminares Morena tendrá 189 diputados (37.80 por ciento), PT 61 (12.20) y PES 56 (11.20). El PAN 83 (16.60), PRI 45 (9.00), MC 27 (5.40), PRD 21 (4.20), PVEM 16 (3.20) y PANAL 2 (0.40). Y en la Cámara de Senadores las cifras son las siguientes: Morena 55 (42.97), PT 6 (4.69) y PES 8 (6.25); PAN 23 (17.97), PRI 13 (10.16), PRD 8 (6.25), MC 7 (5.47), PVEM 7 (5.47) y PANAL 1 (0.78). Será la primera vez desde 1997 que el titular del ejecutivo tendrá, de partida, una mayoría en la Cámara de Diputados e igualmente la primera vez desde el año 2000 en Senadores. Pero, Morena por sí sola no tiene esa mayoría de tal suerte que mantener la cohesión de la coalición electoral, ahora en el legislativo, parece una tarea crucial.
No deja de ser paradójico que un partido como el PES, que no alcanzó el porcentaje para refrendar su registro, pueda llegar a tener, más allá de las formalidades de la ley, la cuarta o quinta bancada en las cámaras. (Aunque habrá que ver cuántos y cuáles de los diputados inscritos como candidatos del PES lo son realmente, porque se sabe que algunos -o muchos- son de Morena). Suerte similar, pero con una muy escasa representación congresual, corrió el PANAL. La fórmula que deja en los electores el refrendo o retiro del registro sigue dando buenos frutos. Nuestro sistema de partidos pasará de nueve a siete porque dos de ellos no alcanzaron el 3 por ciento de la votación en ninguna de las tres elecciones federales.
Vale la pena detenerse en los votos diferenciados que recibieron los partidos. Morena logró su mejor votación en la elección para presidente (44.4%) en contraste con sus votos para diputados (37.61) y Senadores (38.25). Y algo similar le pasó al PT: 6 por ciento para presidente, pero solo 3.95 para diputados y 3.89 para senadores. Exactamente lo contrario les sucedió a cinco partidos, es decir, que lograron más votos con sus candidatos al Congreso que con su candidato presidencial. Veamos. PRI, 13.56, 16.69 y 16.21 (para presidente, diputados y senadores respectivamente). PRD 2.83, 5.32 y 5.37. PVEM 1.85, 4.82, 4.54. MC 1.78, 4.49, 4.77. PANAL 0.99, 2.48, 2.35. Esos “votos cruzados”, diferenciados, resultan elocuentes. Podemos pensar que se trata de votantes que simpatizan por X partidos pero que no se identificaron con los candidatos presidenciales de esos mismos partidos. Llama la atención que los votos por diputados y senadores se mantengan en el mismo rango, mientras que se distancian (y mucho) de los votos por presidente. El PAN y el PES fueron, en ese sentido, los que menos diferencias mostraron. PAN 17.65, 18.09 y 17.94. PES 2.7, 2.42 y 2.37. (Reforma 9 de julio).
El mapa de las gubernaturas sufrió un vuelco profundo, pero dado que solo se elegían 9 nuevos ejecutivos, las transformaciones no parecen tan drásticas. Los candidatos de la coalición en torno a Morena gobernarán cinco entidades: Ciudad de México, Morelos, Tabasco, Chiapas y Veracruz. Las tres primeras eran gobernadas por el PRD, y las otras dos por el PVEM y el PAN. La coalición en torno al PAN gana tres. Mantiene Guanajuato y Puebla y gana al PRI Yucatán. Movimiento Ciudadano triunfa en Jalisco, antes gobernado por el PRI. Al final el PRI seguirá encabezando 12 estados, el PAN 11 y medio (por Quintana Roo que ganó en alianza con el PRD), Morena 5, PRD 1 y medio, MC 1 y un independiente.
La jornada transcurrió en calma, aunque con algunos episodios con claros tintes provocadores que sería menester investigar y sancionar. Fue buena la participación (63.4%). Similar a la de 2000 (63.97) y la de 2012 (63.08), por encima de la de 2006 (58.55) y más baja que la de 1994 (77.16). Millones de ciudadanos se han apropiado de ese derecho, lo ejercen y expresan a través de él adhesiones, simpatías, ilusiones. El voto sigue demostrando que es una herramienta para castigar y premiar, para remover gobiernos y dar paso a otros. Sobraría decirlo, pero la alternancia ha sido posible porque México construyó, desde hace un buen rato, un sistema democrático. Con muchísimos problemas, pero democrático. Estas últimas aseveraciones semejan una necedad, pero es necesario insistir porque a pesar de los fenómenos de alternancia, de un mundo de la representación plural y cambiante, del alza y baja de los partidos, no faltan aquellos que piensan que todo ello es accesorio y no consustancial a un régimen democrático.
La noche de la elección resultó especialmente buena. Los perdedores reconocieron su derrota aún antes de que la autoridad electoral informara oficialmente los resultados; el Presidente felicitó al ganador y se comprometió a coadyuvar en una transición de gobierno ordenada y colaborativa, y el ganador llamó a la conciliación, sin deponer, por supuesto, sus iniciativas. Los festejos se multiplicaron y para muchos se ha encendido una llama de esperanza. Sería deseable que esos comportamientos se convirtieran en rutinas. Recordemos, porque al parecer hace falta, que mientras existan elecciones competitivas las reacciones de perdedores y ganadores serán cruciales para construir el clima post electoral y para asentar y fortalecer la credibilidad en los procesos electorales.
Las encuestas, en esa ocasión, prepararon el terreno. La inmensa mayoría anunciaba cifras favorables a AMLO por una amplia ventaja. Lo cual sucedió. Ello ayudó a que los resultados no fueran del todo sorpresivos.
Vale la pena subrayar que luego de un largo y tortuoso proceso México arribó a la paridad en la representación entre hombres y mujeres no solo en las Cámaras del Congreso federal sino también en los congresos locales. En el Senado el 49.22 por ciento de los asientos serán ocupados por mujeres y en la Cámara de Diputados el porcentaje es 48.80. Según una nota de Reforma (8 de julio) en 12 de los 27 congresos locales que se eligieron el 1 de julio las mujeres obtuvieron igual o mayor número de curules de mayoría relativa que los hombres: Morelos 6 de 12; Querétaro 8 de 15; Yucatán 8 de 15; Aguascalientes 9 de 18; Hidalgo 10 de 18; Tabasco 11 de 21; Chihuahua 11 de 22; Guanajuato 11 de 22; Chiapas 15 de 24; Veracruz 16 de 30; Ciudad de México 17 de 33 y estado de México 23 de 45.
También es conveniente detenerse en lo bien que funcionan los mecanismos que informan de los resultados de la elección antes del cómputo oficial. Por supuesto es algo más que una coincidencia en las cifras, son métodos probados una y otra vez, y que de nuevo refrendan su pertinencia. Veamos. A las once de la noche el Presidente del Consejo General del INE, Lorenzo Córdova, informó al país que los rangos de la votación de los cuatro candidatos fluctuarían así: Ricardo Anaya entre el 22.1 por ciento y el 22.8; José Antonio Meade 15.7 y 16.3; Andrés Manuel López Obrador 53.0 y 53.8; Jaime Rodríguez 5.3 y 5.5. Al cerrar, al día siguiente, el Programa de Resultados Electorales Preliminares las cifras eran: Anaya 22.50; Meade 16.40; López Obrador 53.96 y Rodríguez 5.14. Al final, los cómputos oficiales consolidaron estos resultados: RA 22.28, JAM 16.41, AMLO 53.19; JR 5.23. No es magia. El conteo rápido es resultado de una muestra más que robusta, el PREP es un censo que invariablemente no puede alcanzar el cien por ciento de las casillas pero que llega a porcentajes cercanos a él, y los cómputos distritales son el resultado de contar las actas y en ocasiones de recontar abriendo las urnas.
México transitó de un sistema de partido hegemónico (1929-1988) a otro plural cuyo eje lo formaban básicamente tres partidos (1988-2012) y por un momento pareció que el pluralismo se fragmentaba aún más (2015). ¿Estaremos mutando hacia un sistema de partido predominante? No lo podemos saber porque una elección –dado los cambiantes humores públicos- no resulta definitiva para ello.
Lo cierto, sin embargo, es que la vida política por venir transcurrirá en coordenadas nuevas. Será interesante observar como los contrapesos estatales y societales construidos en las últimas décadas se comportan. Por lo pronto, el nuevo Presidente arrancará su gestión en una relación con el Congreso más favorable que la de sus antecesores. ¿Qué sucederá, sin embargo, con la Corte, los gobernadores, los organismos autónomos? Y fuera del entramado estatal ¿cómo reaccionarán las agrupaciones de empresarios, los medios de comunicación, las redes sociales, las asociaciones civiles y laborales, las organizaciones no gubernamentales? Veremos.
Nexos
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