Elisa Villa Román
Es otra tarde calurosa en El Espinal, Oaxaca. Son los años 90, y en las calles no pavimentadas, los muchachos de la secundaria juegan algo parecido al fútbol americano usando un coco seco como balón, porque no les alcanza para una pelota. Falta Héctor, quien prefirió quedarse a leer en su casa a pesar de que es muy aficionado al deporte.
Héctor no salió a jugar porque hoy está ocupado leyendo Cazadores de Microbios, del estadounidense Paul de Kruif, un libro que su profesor de biología de la secundaria le dejó leer. A sus escasos 12 años, Héctor ya sueña con ser un científico como los que aparecen en sus historias.
Todavía no imagina que años más tarde, ese libro lo animaría a convertirse en el científico mexicano que salvará la vida de miles de personas al borde de un infarto, reconocido en Alemania, Rusia, Corea del Sur y Singapur por sus contribuciones a la ciencia.
La técnica que salva vidas
Un día de 2006, Héctor Cabrera Fuentes recibió la noticia de que su papá había sufrido un derrame cerebral. Aunque su papá sobrevivió, en ese momento supo que su carrera tenía que ir por otro camino. En ese entonces estudiaba con una beca en Rusia, donde desarrollaba un tipo de planta que sobrevive al invierno y asegura una temporada extra de cultivo.
“Vas a poder ayudar a la humanidad descubriendo algo para alimentos, pero ahorita no sabes qué le está pasando a tu papá”, se dijo. Así decidió iniciar el doctorado en microbiología aplicada al cáncer en la Universidad Federal de Kazán y, tiempo después, lo invitaron a Alemania para participar en un equipo enfocado al tratamiento de los infartos.
“Me costó mucho porque yo no soy médico de profesión, pero tuve que formarme en el área de cardiología clínica porque mi especialidad me exigió entrenarme en Barcelona para tener esos conocimientos”, externa. Fue durante estas sesiones que él y su equipo demostraron qué sucede en el organismo cuando acaece un infarto.
En México, las enfermedades del corazón son la razón del mayor número de defunciones en hombres de 60 años, y la segunda en el caso de las mujeres del mismo grupo de edad, de acuerdo con un informe del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
“Un científico hace 30 años descubrió un modelo en el cual desactivaba a las células, les quitaba el oxígeno y después se los regresaba en periodos cortos y con eso hacía que las células pudieran defenderse”, cuenta. Basándose en esto, Héctor y su equipo crearon una técnica para prevenir infartos.
Utilizando un baumanómetro, aplican cierta presión en el brazo del paciente y después lo liberan, y así sucesivamente para que las células se vuelvan resistentes ante el infarto.
“Pensamos que podríamos generar una inyección o una pastilla, pero eso generaría un gasto extra. Sin embargo, hay baumanómetros en cualquier casa de cualquier paciente. Esto es prácticamente gratis y eso ayuda a la economía de muchos países”, dice.
Así, Héctor y su equipo están probando esta técnica en territorios de Europa, donde esperan reducir el número de muertes por infarto. En los próximos dos años tendrán los resultados finales y se enseñará de manera oficial en escuelas y hospitales para que se aplique en cualquier parte del mundo.
“Todavía estamos en la fase de pruebas, en México todavía no puedo decir hazlo porque todavía no está totalmente aprobado. Sin embargo, lo más que te puede generar es una sensación de hormigueo en la mano”, afirma.
El infarto agudo al miocardio es el padecimiento más letal en nueve estados del país: Baja California Sur, Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango, Nuevo León, Nayarit, Hidalgo y Yucatán, según datos de la Secretaría de Salud (Ssa).
Por este trabajo, Héctor fue reconocido en Corea del Sur como “el mejor investigador joven en ciencias” en 2016. En la comunidad científica lo conocen como el experto en medicina preventiva para combatir problemas cardiovasculares.
El cazador de microbios de El Espinal
Héctor creció en El Espinal, una comunidad conocida como “el pueblo de los profesores”, porque la mayoría adopta esta profesión. Y fue gracias a sus maestros que decidió dedicarse a la ciencia.
El Espinal es un municipio oaxaqueño donde habitan más de 8 mil personas, el 0.2% de la población del estado. Ahí, la población mayor de 15 años estudia un promedio de 10 años, por arriba de los siete años de escolaridad en Oaxaca, de acuerdo con el último Informe Anual Sobre la Situación de Pobreza y Rezago Social, de la Secretaría de Desarrollo Social.
“Tuve mucha suerte de que mis profesores eran muy buenos, el de matemáticas me enseñaba jugando béisbol”, narra. Al que recuerda con más entusiasmo es al maestro de biología que les pidió que leyeran Cazadores de Microbios.
El libro narra la vida de trece científicos, algunos de origen humilde, que por medio de la observación y la disciplina cambiaron la historia de la humanidad, como Antoni van Leeuwenhoek, un comerciante de telas que perfeccionó unas lentes y con ellas podía ver objetos microscópicos hasta 500 veces más grandes. O como Louis Pasteur, un químico que desarrolló la vacuna contra la rabia e inventó la pasteurización, gracias a la cual podemos consumir alimentos libres de bacterias.
Así, basándose en los aciertos y los tropiezos de los Cazadores de Microbios, Héctor decidió estudiar para ser laboratorista clínico. Eligió el Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios de Ixtepec, donde fue un estudiante destacado. Eso le dio la oportunidad de trabajar con investigadores reconocidos, uno de ellos lo invitó a los laboratorios de la UNAM en el año 2000. Ahí se hizo amigo de un joven que había estudiado en Rusia.
El joven le dijo que él también podría aplicar para una beca en ese país, a pesar de que sólo quedaban dos días para que cerrara la convocatoria. Aunque necesitaba cartas de recomendación y varios documentos, un investigador que conocía el trabajo y la dedicación de Héctor respaldó su candidatura para conseguir el apoyo educativo.
Sin embargo, en ese tiempo Héctor estudiaba biomedicina en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Así que para su familia, él ya se encontraba bien allí y no tenía que ir a Rusia a estudiar, por lo que le ocultaron que había sido aceptado para estudiar microbiología en la Universidad Federal de Kazán.
Después de pensarlo mucho, su familia decidió decirle que fue aceptado. “Ahora tenía que buscar dinero para mi vuelo, pues la beca no lo cubría”, dice.
Además, siendo de una comunidad de clima cálido, Héctor no tenía ropa abrigadora para llevarse a Rusia. “Tus papás siempre tratan de darte todo lo que pueden. Cuando me fui a Rusia, mi primer año usaba tres de las chamarras que le daban a mi papá en su trabajo en Teléfonos de México. En todas mis fotos aparezco con el logo de Telmex”, ríe.
Como la beca era limitada, Héctor dejaba que los turistas se tomaran fotos con él y les cobraba por foto: “Te ponías el jorongo y un sombrero y te ibas a la playa a vender fotos con los rusos que no habían visto algo así”.
Después de varios años concluyó la licenciatura en Microbiología, y continuó con la maestría en Biología Molecular y los doctorados en Bioquímica y Microbiología, todos en Rusia.
Formando nuevos científicos
Héctor creó el programa Por Oaxaca Más Investigadores para ayudar a alumnos, desde licenciatura hasta doctorado, a hacer sus tesis en instituciones de otros países, apoyados por investigadores de diferentes ramas de la ciencia.
Hace unas semanas, la investigación sobre infartos que Héctor y su equipo realizaron recibió un premio en Alemania que incluye financiamiento para continuar con las pruebas.
—¿Qué le dirías a los jóvenes que sueñan con ser científicos? “Todo lo que te planteas es posible. Lee, confía, sueña y más que nada, sé disciplinado. Todo se puede soñando y todo se puede siendo disciplinado”, concluye.
El Universal
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