Lorena Gutiérrez no pudo desenterrar el cuerpo de Fátima, su hija de 12 años. Fue el dolor, la falta de valor, confiesa. A tres años del feminicidio, cometido en el municipio mexiquense de Lerma, no ha podido ni ver las fotos que le entregaron los peritos. La horrorizó el relato forense.
"Desde que la interceptaron le cortaron el cuello 10 centímetros, le cortaron la cara, le picaron un ojo, le tiraron todos los dientes y le picaron su cuerpo 90 veces, nada más 90 piquetes de sometimiento.
"Le abrieron el pecho 30 centímetros, le cortaron las entrepiernas 10 centímetros, le dislocaron un hombro, le fracturaron los tobillos y sus muñecas. Destrozaron a mi hija. La violaron los tres de una manera espantosa, ¿se imaginan?, tres contra una niña de 12 años y 8 meses amada por sus padres y sus hermanos", cuenta Lorena.
El asesinato ocurrió la tarde del 5 de febrero de 2015 a manos de tres jóvenes, uno de ellos menor de edad, vecinos de su comunidad, La Lupita Casas Viejas, ubicada en un cerro boscoso al costado de la carretera Naucalpan-Toluca.
Lorena habla desde un atril en el Senado. Su relato en el Día Internacional de la Mujer es el testimonio del homicidio de su hija.
Para Lorena, Fátima primero estuvo desaparecida. Sucedió al regresar de la secundaria donde cursaba el primer grado, entre las 14:00 y las 16:00 horas, en plena calle, bajo plena luz.
Lorena, su esposo y sus otros hijos salieron a buscarla. Cerca de la casa de los hermanos Atayde Reyes, la primera situada en la cuesta para subir al poblado, encontró la sudadera de su hija entre las ramas de un árbol. Tirados a un lado vio un cuchillo y dinero. Descolgó la prenda: estaba enmarañada al revés, como si se la hubiera quitado a las prisas, y tenía sangre.
Lorena gritó, sonaron las campanas de la iglesia, los vecinos salieron. Se adentró en la casa de los hermanos Luis Ángel y Misael Atayde Reyes. Uno de ellos tenía la mochila de Fátima en las manos. Con ellos estaba José Juan Hernández Tecruseño. Los tres estaban drogados, relata la mujer.
Cuando llegaron los vecinos, los jóvenes huyeron por la parte trasera de la casa, a través del bosque. Ahí atrás Lorena encontró la ropa ensangrentada de los tres, en el lugar donde se lavaron la sangre de Fátima. Ella y su familia se adentraron también en el bosque.
"Yo iba gritándole a mi hija: '¡Fátima! Aunque sea muerta, pero te voy a encontrar, yo te voy a encontrar, hija, ayúdame, por favor, habla, haz algún ruido, Fátima, por favor!' Yo sé que mi hija todo el tiempo anduvo conmigo, que ella me acompañó en esta búsqueda".
Y a los pocos metros halló su mochila, ahí la habían arrojado los agresores. Cerca, junto a una zanja, encontraron rastros de sangre; la tierra estaba removida.
"A primera vista vi un tenis de mi hija, un pedacito de su pants y un pedacito de su piel. Pensé inmediatamente que le habían cortado un pie a mi hija Me bloqueé, no saben el dolor, no me dejó pensar el dolor. No era el pie de mi hija, en ese momento yo no lo supe", se disculpa.
Lorena caminó a lo largo de la zanja, se paró en una llanta abandonada para alcanzar a observar mejor, pero no vio nada.
"Después me enteré de que esa llanta estaba en el estómago de mi hija, que mi hija estaba ahí enterrada", solloza.
"No saben el nivel de dolor y de desesperación que tenía, no tuve el valor para desenterrar a mi hija, hasta hoy no sé cómo estaba mi hija; lo que sé de mi hija lo sé por el forense. No he querido ver nada, no he querido leer el expediente de mi hija, tengo más de 60 videos y un disco donde hay más de 350 fotos del levantamiento del cadáver de mi hija".
Los hermanos Atayde Reyes fueron detenidos y sentenciados por el feminicidio de Fátima. El tercero, José Juan Hernández Tecruseño, fue puesto en libertad por la jueza Janette Patiño García por falta de pruebas, pese a la declaración de 20 testigos y a la presentación de su pantalón ensangrentado como evidencia del crimen.
Ése fue el comienzo de otro sufrimiento. Meses después, entre agosto y septiembre de 2015, la casa de Lorena fue baleada, y sus hijos fueron amenazados por teléfono y en la escuela, les dijeron que ya también les iba a llegar su hora.
"Para ellos, yo era una maldita perra que ya había firmado mi sentencia de muerte, ésas fueron las palabras de la familia de uno de ellos (los agresores), que está vinculado a la delincuencia organizada", describe.
Lorena y su familia se convirtieron en víctimas de desplazamiento interno forzado por el feminicidio de su hija. Primero huyeron a otro poblado de Lerma, pero las amenazas los persiguieron. Tuvieron que irse a otro estado.
"La violencia generalizada en el Estado de México en contra de las mujeres y la inacción del Estado para prevenir la comisión del feminicidio de mi hija sólo sería el inicio de la pesadilla.
"Actualmente mi familia y yo no sólo vivimos el infierno de haber perdido a Fátima de la manera en que lo hicimos, sino por el temor de las amenazas en nuestra contra, por la inacción del Estado nos vimos obligados a desplazarnos forzadamente al interior de País", acusa.
Detrás de Lorena se proyectaban fotografías de Fátima. Primero es una niña. Luego se vuelve adolescente. En todas, Fátima mira a la cámara.
Zedryk Raziel/REFORMA
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