El “síndrome de hybris” puede definirse como una embriaguez de poder. Este diagnóstico, más cercano a las reglas del juego del periodismo que a los criterios de la medicina clínica, es una herramienta interesante para aproximarse a la biografía política de innumerables líderes que, si bien disfrutan un buen estado general de salud, desarrollan una conducta atroz marcada por decisiones insensatas, con nula o mínima receptividad a la crítica. El cuadro suele suceder durante crisis sociales, cuando el líder se consolida en el poder ejecutivo, y las resistencias de otros actores políticos decrecen. David Owen, médico y diplomático inglés, nos informa en su libro En el poder y en la enfermedad (Siruela, 2009) que hybris (o hubris) es un término griego para referirse a un personaje poderoso, con exceso de orgullo y confianza en sí mismo, quien trata a los demás con insolencia y desprecio. Owen cita dos fuentes clásicas: el Fedro, de Platón, y La Retórica, de Aristóteles. Los traductores de Platón han equiparado a la hybris con un concepto latino, la “intemperancia”, es decir, una forma de gobierno basada en un influjo irrazonable del deseo de placer. Los narradores han observado en la política un gabinete de extravagancias históricas, solamente equiparable a los relatos de la clínica psiquiátrica. Siguiendo a Suetonio, Robert Graves nos cuenta que Calígula, cuando estaba al borde de la bancarrota, usó un procedimiento para ordeñar dinero a las élites romanas: la realización de subastas entre las grandes fiestas de la aristocracia. El Emperador ponía a la venta objetos de uso personal, y con un poco de extorsión, obtenía cantidades admirables de dinero. Su invención comercial más audaz, en la cual alcanza lo que se ha llamado “la pureza del mal”, es la inclusión de “objetos secretos” en la subasta: ante la intimidación del César, el público debía ofrecer cantidades absurdas de dinero por un regalo escondido en una caja o en un pañuelo, que rara vez ocultaba algo valioso como una joya, y generalmente guardaba más bien una parodia del valor, como un queso viejo, o algún objeto despreciable convertido en Arte al haber sido tocado por el emperador divino. ¿Se trata de un ancestro en las genealogías de esa forma de arte basado en el prestigio, el juego del mercado, y en la reificación de la autoría mediante una firma? ¿O hablamos de la excentricidad sintomática de la hybris?
En su Historia mundial de la megalomanía, Pedro Arturo Aguirre interpreta a Calígula como un antihéroe existencialista, ya que “asume la locura como única reacción ante la verdad descarnada y encuentra una cierta pureza en el mal, porque es el terreno donde el hombre es realmente humano, realmente animal, y realmente Dios.” Aunque este libro inicia con casos legendarios de hybris en la antigüedad grecorromana, es notable la cantidad de megalómanos del siglo XX incluidos en el recuento, tan extravagantes como Nerón o los grandes ebrios de poder: el libro se refiere a Hitler y el narcicismo como necrofilia, Franco y la exaltación de la mediocridad, o bien el caso haitiano de Papa Doc, médico y dictador que llevó el terrorismo de Estado a una convergencia literal y no metafórica con la hechicería vudú. Estos casos tienen en común una sincronización desafortunada entre la intemperancia del líder, y un culto a la personalidad, retroalimentado por el aparato estatal de propaganda y los anhelos mesiánicos de la sociedad. Todo culto a la personalidad, dice Aguirre, es una gran puesta en escena, una farsa: depende de gestos teatrales, fraudes mercadológicos, ficciones oficiales, exageraciones y encubrimientos, y en fin, un complicado juego psicosocial de simulaciones y disimulaciones, creado por el líder, sus mitógrafos, y la literatura colectiva de las masas.
“Los traductores de Platón han equiparado a la hybris con un concepto latino, la ‘Intemperancia’.”
El síndrome de hybris es una oportunidad para estudiar los procesos de toma de decisión que complementa los conocimientos obtenidos a partir de la psicología social y las enfermedades neuropsiquiátricas. En los fenómenos catalogados médicamente como estados de psicosis, hay una pérdida del juicio de realidad, debido a fallas en la maquinaria neuropsicológica que sostiene los sistemas de evaluación de creencias. En la hybris sucede algo similar, pero el problema no es forzosamente una falla en el ensamble cerebral del líder (en algunos casos quizá sí), sino más bien, en la pérdida de las restricciones sociales que asociamos con el principio de realidad: los límites donde empiezan los derechos de los demás. Según Albert Camus, Calígula se pregunta “¿Y por qué no he de compararme a los dioses? Basta ser tan cruel como ellos.” Esta deificación narcisista es retroalimentada por amplios sectores sociales identificados con la omnipotencia del líder (y que obtienen beneficios con la identificación), y por el aparato de cultura oficial que valida y mitifica la singularidad del semidiós. La Historia mundial de la megalomanía ofrece un ejemplo inusual de esta propaganda grandilocuente: un par de flores llamadas oficialmente “kimjongilia” y “kimilsungia”, nombradas en honor de los dictadores norcoreanos que anteceden a Kim Jong-un. Estas flores son altamente valoradas en el comercio, incluso en países como Inglaterra o Estados Unidos, considerados enemigos del régimen de Corea del Norte.
Para entender mejor la embriaguez de poder, podemos identificar el extremo opuesto en la psicología de la toma de decisiones: me refiero a la phronesis o deliberación prudente. La phronesis es el ejercicio –de mediación y diálogo– mediante el cual los factores involucrados en la toma de decisiones se hacen explícitos y se ponderan en relación con los valores de un sujeto, una familia, una comunidad, una institución, una civilización. El eje de los valores –el eje axiológico– parece estar constituido por sentimientos y conceptos morales localizados en la bisagra de las necesidades propias y las ajenas. Los sentimientos morales, basados en la empatía, en la conciencia de sí y en la conciencia de los demás, son puestos en contraposición o en correspondencia con los deseos que impulsan la toma de decisiones. La racionalidad social de la decisión ética resulta de una ponderación cuidadosa entre los deseos propios y los derechos de los demás. Siguiendo a Hans Georg Gadamer, decimos que en la soledad de la decisión individual, o en la publicidad de los debates explícitos, la phronesis es el conjunto de mediaciones necesarias para realizar la “razonabilidad del saber práctico”. Un estilo dialógico de gobernar y tomar decisiones implica una capacidad para lo que Jürgen Habermas describe como ética del debate: una perspectiva donde el otro debe conceptualizarse como un fin en sí mismo, y no como un medio.
La embriaguez de poder, el síndrome de hybris, podría definirse como una pérdida de la phronesis, de la deliberación prudente, de la ética del discurso; es un ejercicio de voluntad personal que ignora, oculta, distorsiona o enmascara la voluntad ajena para acomodarla a los caprichos de una toma de decisiones basada en el placer primitivo de la autosatisfacción o la destrucción ajena. Sin los recursos del diálogo, sin los reglamentos de una ética del discurso, asistimos a la formación del estilo autoritario de gobernar, que posterga de manera indefinida la autocrítica, y debilita la formación de procesos conscientes. En tiempos de malestar cultural, relativismo anticientífico y búsquedas mesiánicas, asistimos a la formación de nuevos cultos políticos a la personalidad, y nos preguntamos en qué momento llegará a la escena geopolítica un caso nuevo de embriaguez de poder.
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