miércoles, 29 de noviembre de 2017

La designación de candidatos por ‘dedazo’, siempre ha sido práctica común en la política mexicana



Adrián Ortiz Romero

Muchos se dijeron sorprendidos por una supuesta reedición del pasado, con el llamado “destape” que hizo el lunes el Presidente de la República de José Antonio Meade Kuribreña, como próximo candidato presidencial del PRI. La aparente sorpresa tenía como origen el aparente regreso de una práctica que algunos dicen que debería estar desterrada. Lo cierto es que, salvo casos muy contados, en México todas las designaciones de candidatos a cargos relevantes se hacen siempre bajo la misma lógica, en la que se definió al inminente abanderado presidencial priista.
En efecto, más como argumento de militancia partidista que como un elemento de análisis, se hizo la calificación fácil de que con la renuncia de Meade a la Secretaría de Hacienda, y el cobijo que recibió inmediatamente después por las llamadas ‘expresiones’ del partido tricolor, se estaba reviviendo la vieja práctica del ‘tapado’ y del ‘destape’ del candidato presidencial del PRI. Quienes lo señalaron debían también reconocer que entre las muchas paradojas que enfrenta la política mexicana se encuentra la de los candidatos que están ‘tapados’ pero a la vista de todos, y la crisis de perfiles e identidad ciudadana que afecta a todas las fuerzas políticas.
El caso de Meade no es muy distinto a como han sido todas las designaciones de candidatos presidenciales en el PRI, independientemente de los tiempos en los que tuvieron o no presidente priista. De hecho, si acudimos al antecedente inmediato, encontraremos que el ahora presidente Enrique Peña Nieto tampoco emanó como candidato de un proceso de consultas internas ni tampoco fue consecuencia de un proceso democrático. En aquellos momentos, cuando no había Presidente de la República priista, Peña Nieto se hizo de la candidatura gracias a la toma de control del partido, como base para el establecimiento de consensos entre los gobernadores y los liderazgos priistas. Su candidatura, entonces, fue un acuerdo cupular, pero no un proceso democrático.
Si nos vamos al siguiente antecedente, encontraremos que Roberto Madrazo Pintado impulsó todo como aspirante a la candidatura presidencial, menos la democracia interna en el PRI. Lejos de ello, con prácticas porriles tomó por asalto la dirigencia nacional priista y desde ahí construyó su candidatura presidencial, a base del torpedeo y la exclusión de los grupos que no le eran afines. Si hoy quisiéramos ver un paralelismo de sus prácticas, fácilmente las encontraríamos en las maniobras de Ricardo Anaya Cortés, que desde la dirigencia nacional del PAN intenta construir su candidatura presidencial excluyendo a todo y todos los que no están sometidos a sus exigencias.
Al margen de esos dos candidatos —que fueron los dos abanderados presidenciales en tiempos del PRI fuera de la Presidencia— a todos los demás candidatos presidenciales los designó el Presidente en turno, independientemente de que fueran o no sus favoritos. En los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo, se modificaron no sólo los estatutos priistas, sino la propia Constitución —para eliminar el requisito de que para ser Presidente se debía ser hijo de padre y madre mexicanos por nacimiento, para establecer que sólo uno de los padres debía ser mexicano por nacimiento—, para poder abrir el abanico a las posibilidades, luego del homicidio de Luis Donaldo Colosio.
Por ello no podría acusarse de una regresión, cuando en realidad en el PRI la práctica siempre ha sido la misma, y cuando la propia base del priismo ha decidido mantener presente lo que el propio Presidente ha denominado como la “liturgia” priista en la designación de su candidato presidencial. Nada nuevo hay escrito bajo el sol en el PRI, como tampoco lo hay en las demás fuerzas políticas. Y el hecho de que compartan ese rasgo tanto el oficialismo como la oposición, debería ser lo verdaderamente preocupante en un país que intenta transitar hacia la madurez democrática.

LA ‘DEMOCRACIA’ EN LA OPOSICIÓN
El problema real es que si en el PRI no hay una práctica democrática que pueda jactarse ni comprobarse de ser tal, en la oposición tampoco. En Morena, por ejemplo, debiera ser hasta escandaloso el hecho de que Andrés Manuel López Obrador se ha dedicado a construirse una plataforma para su candidatura presidencial, al margen de la promoción de la vida democrática o cualquier otra práctica inherente a la política partidista.
Es cierto: López Obrador es el más importante líder de la izquierda en los últimos tiempos en México. Sin embargo, eso no debiera ser pretexto para justificar el hecho de que al interior de su partido no sólo no hubo —ni habrá— un verdadero proceso democrático de consulta o de consensos para la definición de su candidatura presidencial, como tampoco lo ha habido para definir a los candidatos a prácticamente todos los cargos de elección popular que se han designado desde que Morena tiene registro como partido político y, por ende, acceso a la postulación de candidatos.
De ahí que sea señalamiento común el relativo a que hasta los candidatos a las planillas de concejales pasan o por la vista de López Obrador, o de alguno de sus cinco o seis notables que son los únicos que tienen capacidad para autorizar o vetar a cualquier candidato en ese partido. Así, los defensores de Morena pueden argumentar a favor de un posible “uso y costumbre” interno o tradicional en ese partido. Pero ello no los excluye del señalamiento común de que en sus definiciones internas tampoco existen prácticas democráticas, equitativas o transparentes que puedan dar un referente de que son distintas, o mejores, a las que practica cualquier otra fuerza política.
Y en esa lógica, es en realidad prácticamente nada lo que se podría argumentar a favor incluso de ejercicios como el Frente Ciudadano que intentan construir el PAN y el PRD. Ellos carecen de dos vicios e insuficiencias esenciales: primera, que no tienen voluntad para poder abrir por lo menos parcialmente alguno de sus procesos democráticos al escrutinio público y la participación de la ciudadanía; y segunda, que es un frente con denominación ciudadana que no ha logrado abrirse ni acercarse a la ciudadanía en cualquiera de sus flancos.
Lo más paradójico es que la supuesta ciudadanía del Frente está ahogada de origen entre los cuestionamientos que pesan sobre el PRD desde los tiempos de José Luis Abarca y las ligas de militantes perredistas —y de AMLO— con el narco; y en el frente panista, por las prácticas abusivas y porriles de Ricardo Anaya, que no harán sino dinamitar el Frente y arrinconar a esos dos partidos, que debieran ser opciones partidistas en medio de la polarización que generarán el PRI y Morena en la contienda presidencial.

LOBO SOLITARIO

Con todo y sus enormes cuestionamientos, resulta que el único que no emanó de ninguna de las tradiciones antes descritas como candidato presidencial, fue Felipe Calderón. Éste se le rebeló al Presidente Vicente Fox y ganó la candidatura bajo las reglas y el funcionamiento panista. Un caso aislado. Incluso, algo así como un lobo solitario en esta arraigadísima práctica antidemocrática en la designación de candidatos a cargos relevantes en México.

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