Christian Jiménez
En comunidades de la zona mixe oaxaqueña, familias intentan rescatar de la tierra reblandecida las pertenencias que les quedaron luego del temblor.
El gobierno estatal ignoró a las comunidades afectadas por las tormentas tropicales, el sismo y el paso de dos huracanes; hasta el momento no existe censo de viviendas afectadas, dictamen de daños por Protección Civil o el acercamiento de las autoridades estatales para apoyar a los damnificados.
Se trata de localidades que se ubican al noroeste de la capital oaxaqueña. En el distrito habitan 107 mil 140 personas en 20 municipios; alrededor de 80%, incluyendo niños, hablan mixe, su lengua materna. Cacalotepec cuenta con al menos 2 mil 500 habitantes y en Zompantle viven 200 personas, cuyas casas están construidas de adobe y cemento.
Aquí las lluvias son el clima característico, pero este año han sido inclementes con las cosechas y con las viviendas.
La tradición dicta que cuando una casa está por caerse, en las grietas se debe poner un puñado de cabello de mujer, con virutas de ocote y sellar la mezcla para que amarre la tierra al suelo; sin embargo, la medida no fue suficiente para salvar habitaciones enteras.
Autoridades de los municipios afectados han recorrido los pueblos para realizar los dictámenes de los daños y enviarlos al gobierno estatal, porque no hay otra forma de hacerles saber. Hay decenas de viviendas con daños estructurales en la región; algunas tendrán que ser demolidas. Se trata de hogares construidos hace más de 10 años.
En Zompantle, Cacalotepec, las noticias de los daños que devastaron comunidades en el Istmo de Tehuantepec llegaron pronto, también la información sobre las medidas de apoyo del gobierno y de la sociedad civil; en la zona la espera se alarga.
Los caminos estuvieron bloqueados por varios días, los cerros que rodean a la cinta asfáltica dejaron caer piedras y árboles de gran tamaño, a consecuencia del temblor.
Avelina Urbano vive en una de las casas que sufrió daños en Zompantle, a donde llegó hace casi dos décadas. La fuerza del terremoto le impidió abandonarla para resguardarse en el patio o en la calle. Mientras frota sus manos ásperas por el trabajo de campo que realiza desde muy joven, recuerda que sólo le dio tiempo de despertar a los dos hijos que viven con ella, uno de 10 y otro de cuatro años.
Corrieron hacia uno de los cuartos del fondo. En el lugar donde se resguardaron, las grietas también son perceptibles. Mientras rogaban a Dios y a la tierra por sus vidas, escucharon cómo la cocina y otra de las habitaciones se desplomaban.
La cocina quedó en un barranco, mientras que el techo quedó inclinado y está a punto de caerse. Usa el cuarto agrietado que sobrevivió a la tragedia como dormitorio, bodega, sala y comedor.
Espera que las autoridades le tiendan la mano; sin embargo, los días pasan y la ayuda no llega. Como la historia de Avelina, otras se tejen en comunidades de San Miguel Quetzaltepec, donde decenas de personas desocupan sus casas y se mudan a hogares temporales.
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