El tabasqueño toma las decisiones relevantes del partido y deja que sus subordinados las operen sin que ellos sepan bien a bien cómo hacerlo
A muchos les sigue preocupando que López Obrador pueda convertirse en el próximo Presidente. Esta posibilidad genera dudas. Una tiene que ver con un aspecto ideológico (¿de qué tipo de izquierda estamos hablando?) y otro de la manera como ejercería el poder (¿democrático o autoritario?). Habría, creo, que agregar una tercera interrogante: ¿qué tan listos y organizados están en Morena para tomar las riendas del gobierno federal?
Saco a colación este tema porque me parece evidente el desorden del partido de López Obrador. Lo vimos, con toda claridad, en el proceso para elegir a su candidato a jefe de Gobierno de la CDMX.
Primero anunciaron que se tomaría la decisión a partir de una encuesta. Un órgano del partido informó que incluirían a Claudia Sheinbaum, Martí Batres y Ricardo Monreal. Mario Delgado quedó fuera. Cuatro días antes que se levantara la encuesta, el senador comenzó a decir que también participaría. El partido, sin embargo, no anunció nada al respecto. Surgió la duda: ¿serían tres o cuatros los participantes?
A eso se sumaron más cuestionamientos. ¿Quién haría la encuesta? ¿Con qué muestra? ¿Representativa de los votantes de la Ciudad de México, de simpatizantes de Morena o de militantes de este partido? ¿Cuáles serían las preguntas que determinarían el resultado? En vísperas que los encuestadores comenzaran su trabajo, la secretaria general de Morena, Yeidckol Polevnsky, publicó un tuit (sí, un tuit) para informar que también medirían a Delgado.
La encuesta supuestamente se levantó un fin de semana. Los resultados se dieron a conocer el jueves siguiente. Para tal efecto, los cuatro aspirantes asistieron a un hotel. La prensa esperaba la decisión final. De pronto, Monreal salió furioso de la reunión. Refunfuñó algo. Claramente no había ganado. Acto seguido, apareció Delgado manifestando que no diría quién había ganado salvo que era mujer. ¡Así supimos de la victoria de Sheinbaum! Por medio de una ocurrencia de uno de los perdedores. Luego Martí Batres, a través de Twitter, filtró los resultados donde había quedado en segundo lugar por debajo de la delegada de Tlalpan. Si Monrealya estaba furioso, su ira se fue al cielo por la humillación de haber quedado, según Batres, en un penoso tercer lugar.
Al día siguiente, el delegado de Cuauhtémoc no asistió a la conferencia de prensa donde los otros dos perdedores le alzaron la mano a Sheinbaum. El partido, por su parte, se dedicó a defender, con argumentos ridículos, por qué mantendrían en secreto los resultados de la encuesta. En la prensa comenzaron a aparecer, como era previsible, la sospecha de que López Obrador había decidido, con su dedito, a favor de Sheinbaum. La encuesta se convirtió, literalmente, en una caricatura. Fue tal la avalancha de críticas, incluso de simpatizantes de Morena, que el partido decidió publicar los resultados de la secretísima encuesta.
Por donde se vea, un desaseo monumental.
Siendo de izquierda, algunos morenistas, supongo, habrán leído a Lenin y saben, por tanto, el valor que tiene la organización en la política. Pero, como lo demostraron en las pasadas elecciones del Estado de México, son muy desorganizados (ni siquiera pudieron tener representantes en todas las casillas). Los priistas tienen muchísimos defectos, pero son políticos más profesionales, organizados y formales. Arrastran el lápiz hasta altas horas de la noche para “planchar” todos los detalles de una elección. Cuando toman una decisión, la anuncian con la formalidad que se espera de un partido serio, no a través de mensajitos en WhatsApp o Twitter.
Supongo que la desorganización de Morena está relacionada con el estilo personal de gobernar de López Obrador. El tabasqueño toma las decisiones relevantes del partido y deja que sus subordinados las operen sin que ellos sepan bien a bien cómo hacerlo. Es un estilo autoritario donde el líder decide sin importarle las reglas o la formalidad aplicando, a su gusto, zanahorias y garrotes. Como se ha estudiado en la ciencia política, la desorganización beneficia, en última instancia, a un líder de estas características que así controla a sus subordinados según convenga sus intereses.
Dice Luis Rubio, con toda la razón, que el problema de México es su mala gobernanza. Carecemos de gobiernos bien organizados con los incentivos correctos. Me temo que, si gana AMLO en 2018, no sólo podría regresar el viejo estatismo priista, sino además generar una mayor desorganización en el gobierno federal. Pero, para eso, el lopezobradorismo primero tiene que ganar y, así de desorganizados, igual y vuelven a perder.
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