Jorge Fernández Menéndez
El PRI está llevando paso a paso, siguiendo el libro, su proceso de selección de candidatos, con una lista de siete u ocho que, a partir de las declaraciones de Emilio Gamboa, quedó reducida a cuatro personajes: José Antonio Meade, Miguel Osorio,
Aurelio Nuño y José Narro. Como decíamos ayer, Gamboa, uno de los políticos más experimentados del PRI no se ha equivocado desde 1982 en prever la selección de aspirante priista, es un hombre, particularmente, cercano al presidente Peña y es difícil imaginar que haya dejado esos cuatro nombres sobre la mesa sin tener, previamente, la certidumbre de que son ellos los que están en el ánimo del propio presidente Peña y de su partido.
En realidad, si bien hay otros políticos destacados que han estado en el escrutinio público, como Manlio Fabio Beltrones, Eruviel Ávila, José Calzada o Enrique de la Madrid, el hecho es que el propio presidente Peña se ha centrado en los cuatro de la lista de Gamboa, llevándolos, incluso, consigo a encuentros privados con empresarios como Carlos Slim. Los cuatro, también, estuvieron en la reciente plenaria del partido Verde. Y hoy y mañana estarán en la plenaria de los senadores del Partido Revolucionario Institucional.
Con esa baraja, el partido en el gobierno tiene bien cubierto el posible espectro de posiciones de cara al 2018 y está realizando un ejercicio interesante, al mostrar a esos cuatro personajes en varias pasarelas simultáneas, juntos o por separado, al tiempo que está trabajando en amarres con distintos sectores y partidos: la idea es que esos cuatro aspirantes no sólo no se paralicen, sino que se muevan, que se muestren. De esas participaciones y encuentros se definirán perfiles y de allí el presidente Peña terminará designando su candidato de acuerdo con su partido.
No veremos un dedazo inesperado, tendremos un proceso de selección que incluirá la búsqueda de acuerdos y respaldos regionales y locales que convergerán en lo nacional. Hay cerca de tres mil posiciones de elección popular en juego en el 2018 y dentro de ellas la renovación de todo el Congreso (500 diputados, 128 senadores) y nueve gubernaturas, incluyendo la Ciudad de México. Es mucho lo que está en juego, pero también es un escenario propicio para tejer muchos acuerdos y alianzas, para compensar divergencias y crear apoyos, incluyendo algunos muy específicos que le den un contenido diferente a la contienda.
Lo único que no puede permitirse el Partido Revolucionario Institucional es un proceso interno como el de 1999, que terminó con el triunfo de Francisco
Labastida sobre Roberto Madrazo, pero con un partido dividido, exhibido a partir de sus disputas internas y ahorcado (y lleno de deudas) financieramente. De esa contienda interna que concluyó en noviembre del 99 nunca se pudo recuperar el Partido Revolucionario Institucional para los comicios de julio del 2000. Seis años después, Madrazo, entonces presidente del partido, impuso su candidatura después de otro proceso interno que, incluso, se frustró antes de que se consumara, cuando una serie de filtraciones (que provenían del mismo PRI) dejaron fuera de la contienda a Arturo Montiel. Por cierto, esa historia priista recuerda, en mucho, lo que doce años después está viviendo el PAN.
Para su sucesión, en un proceso en el que también mucho tuvo que ver
Gamboa, Miguel de la Madrid ideó una suerte de pasarela con seis aspirantes, de la que salió Carlos Salinas de Gortari. En 1993, Salinas, a finales de noviembre, apoyó a Luis Donaldo Colosio, en un proceso en el que más allá de las resistencias (por una parte del priismo más tradicional y por la otra de quienes respaldaban a Manuel Camacho) colocó en la candidatura a un personaje que, se esperaba, daría una vuelta de tuerca, a partir de la política social, al salinismo. Cuando Luis Donaldo fue asesinado el 23 de marzo de 1994, y ante la negativa del PAN a modificar la ley para que se pudiera impulsar a otro miembro del gabinete, el presidente Salinas se tuvo que inclinar hacia Ernesto Zedillo, entonces coordinador de campaña de Colosio. En pocas ocasiones hemos visto una ruptura con su antecesor tan dura como la que vivieron Salinas de Gortari y Zedillo.
El presidente Zedillo tuvo una relación muy conflictiva con el PRI: diferencias profundas, ruptura con el presidente Salinas y el salinismo, candados a las candidaturas. Y el mandatario que había prometido una sana distancia con su partido, designó, en seis años, siete presidentes del partido. El Partido Revolucionario Institucional se abrió a una contienda interna en la que, como dijimos, acabó políticamente asfixiado y, una vez más, alejado del mandatario.
Hace seis años, si bien Beltrones anunció sus intenciones de participar, muy rápidamente quedó claro que el priismo se inclinaba hacia el gobernador Enrique Peña, quien tuvo un proceso muy terso para llegar a la candidatura. Hoy no tiene el Partido Revolucionario Institucional una figura como Peña, quien era una suerte de candidato inevitable, pero a diferencia de entonces está en el poder y el propio Peñaes un hombre con experiencia en el manejo de las fuerzas internas de su partido.
La sucesión en el priismo ya se ha abierto, pero pasado el mensaje presidencial del sábado próximo, tendrá 90 días para depurarse y de esa lista de cuatro quedará sólo uno.
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