martes, 25 de julio de 2017

Narcopolítica en Tláhuac

Raymundo Riva Palacio


El operativo contra narcomenudistas en Tláhuac está tomando un giro político que afectará a la izquierda social que encabeza el jefe de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Inesperado para muchos, pero anticipado por las autoridades, las líneas de investigación abiertas desde principio de año contra el grupo criminal de Felipe de Jesús Pérez Luna, apodado El Ojos y abatido por comandos de la Marina el jueves pasado, conducen al delegado morenista Rigoberto Salgado y a su familia, sobre quienes la Marina, la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, están determinando si no tienen nada que ver con ese grupo, o si fueron parte del entramado de protección institucional de los delincuentes.

Salgado, quien de acuerdo con funcionarios del Gobierno de la Ciudad de México se ha mostrado muy nervioso desde la operación contra los narcomenudistas, fue llamado este lunes por la secretaria general de Gobierno capitalina, Patricia Mercado, para dar su versión sobre lo que está sucediendo en Tláhuac. No se sabe el resultado de esa conversación, enmarcada en el ámbito político, no dentro de las averiguaciones criminales. El delegado, quien el viernes defendió a los mototaxistas de Tláhuac, decenas de ellos al servicio de Pérez Luna, tiene sin embargo razones más profundas por las que debe estar preocupado, como la bonanza de él y de su familia desde que asumió la jefatura delegacional, y el uso de recursos de origen sospechoso para su campaña electoral.

Dos de las razones más notorias, porque pudieron ser seguidas por todos los habitantes de la delegación, es la forma como en sólo dos años las casas donde viven Salgado y su madre, tuvieron remodelaciones notables. La casa de su madre, una propiedad menor de 200 metros cuadrados y dos pisos, como es el estándar en la delegación para quienes se encuentran dentro de los rangos de clase media, se amplió con un lote que se convirtió en jardín, y con un tercer piso que parece un solario. La casa del delgado sufrió alteraciones más importantes. De una pequeña propiedad de un piso, se convirtió en una de tres pisos con una escalera de caracol y vigilada por una decena de cámaras en el exterior. Los ingresos del delegado no justifican ese tipo de obra, y tendrá que explicar de dónde salió el dinero para tan importantes modificaciones.

Pero quizá lo más importante, de acuerdo con funcionarios, es un restaurante que hasta antes de ser delegado ocupaba un pequeño local en Tláhuac, sin muchas posibilidades de sobrevivir. Ahí llegó a trabajar un sobrino que, según las pesquisas preliminares, tiene parentesco con Pérez Luna. Ser familiar de un delincuente no hace a nadie delincuente también. Pero en el caso del restaurante, el establecimiento creció físicamente a tener en la actualidad un tamaño casi equivalente a cinco casas y que, además, abrió dos sucursales en Querétaro. Los vecinos de Tláhuac denunciaron en su momento en la prensa que el restaurante había recibido recursos de la delegación para expandirse, pero Salgado lo negó.

El crecimiento del restaurante llamó la atención a la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda, que está revisando los movimientos de dinero de ese negocio, mientras que las unidades de Inteligencia de la Marina y la Policía capitalina están rastreando quiénes y de dónde abastecían el producto, a fin de establecer o descartar si a partir de los suministros, se pudieron haber enviado cargamentos de droga para la banda de Pérez Luna. Hasta el momento todas son hipótesis de trabajo, iniciadas por el crecimiento extraordinario de un pequeño negocio que sólo creció en los dos últimos años, a la llegada del sobrino de Salgado. Las sospechas de las autoridades tienen raíces en los vínculos del grupo de narcomenudistas que los ligan al cártel de los hermanos Beltrán Leyva, que opera principalmente en la costa del Pacífico, y a Dámaso López, el Mini Lic, que encabeza una facción del Cártel del Pacífico, asentado en Sinaloa.

Salgado tiene mucho que explicar a las autoridades, no sólo las políticas, sino las judiciales y financieras, sobre el origen de los recursos para hacer tantas obras privadas, y aclarar de una forma menos retórica sobre su señalada participación en el restaurante donde trabaja su sobrino. No tiene muchos espacios de acción. Hay información en poder de las autoridades que apuntan a que la policía en Tláhuac brindaba protección a Pérez Luna, quien a su vez inyectaba recursos al gobierno delegacional para ampliar la impunidad.

La banda de El Ojos está relacionada con cuando menos 29 asesinatos en los tres últimos años, incluidos a policías capitalinos, en varias delegaciones, además de comercializar mariguana, cocaína en piedra y solventes en ocho delegaciones. Urge al delegado que se deslinde de los presuntos vínculos con la banda de narcomenudeo sobre la cual siguen las operaciones para destruirla en su totalidad. Pero no sólo debe preocuparse él. López Obrador, candidato seguro en la contienda presidencial, debe observar con detenimiento lo que sucedió en Tláhuac y actuar.

La línea de investigación sobre recursos financieros de origen oscuro que presuntamente llegaron a la campaña de Salgado, provienen de una empresa que también registra movimientos irregulares en otras delegaciones morenistas. No actuar rápidamente podría tener consecuencias para su candidatura. Pero defenderse con el ataque, como ha sido su estilo, lo ayudará menos. En el caso de Tláhuac no hay una embestida política en su contra; es un caso de narcopolítica en construcción, del cual debe deslindarse inmediatamente.

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